lunes, 25 de octubre de 2010

LA MENTE DEL VIOLENTO

LA MENTE DEL VIOLENTO
por Alejandro Toledo Alcalde. Licenciado en Psicología

"Un joven es juzgado por provocar un incendio que terminó con la vida de 5 mujeres y niñas de origen turco mientras dormían. El joven integrante de un grupo neonazi trató de disculpar su conducta aludiendo inestabilidad laboral, problemas con el alcohol y a su creencia de que los culpables de su mala fortuna eran los extranjeros... termina el alegato diciendo me arrepentiré toda mi vida por lo que hice...”.

¿Le viene a la mente alguna situación similar? Pues sí, estas historias se repiten a diario en todo el mundo de una u otra forma, nos abofetean, nos desgarra el corazón, nos gritan a la cara que muchas veces somos menos humanos de lo que pensamos y que hasta los animales tienen más respeto por su especie que nosotros.

Las diversas investigaciones científicas nos dicen que tenemos dos mentes: una que siente y otra que piensa. Hagamos un breve comentario de ambas, empecemos por la que siente; en nuestro cerebro existe un órgano que parece una nuez se le llama amígdala, es el primero que recibe la información que captan nuestros sentidos, ha almacenado durante toda nuestra vida información emocional (sobre todo miedos y rabia) y relaciona automáticamente lo que nuestros sentidos perciben con la información que tiene almacenada. Como se caracteriza por ser irracional envía mensajes a nuestro cuerpo para que se prepare a actuar sin pensar.

Por ejemplo con relación al miedo, “un sujeto pasa por una calle oscura, mira a lo lejos una sombra que se mueve, automáticamente la información llega a la amígdala y esta ordena al cuerpo que los músculos se pongan rígidos preparados para huir o defenderse, palidece el rostro, suda todo el cuerpo y otras manifestaciones, como la aceleración del corazón; todo esto porque en sus recuerdos emocionales hay una experiencia (aún no resuelta) de hace algunos años que sufrió un atraco en un lugar similar...”

Pero todo no queda allí la información también va a otra parte de nuestro cerebro (aunque tarda un poco mas) que esta ubicada en nuestra frente, denominada prefrontal, aquí se procesan las reflexiones, ideas, valores, pensamientos racionales aunque también irracionales. Entonces cuando el sujeto esta paralizado de miedo la información que la amígdala la ha interpretado como una amenaza, el prefrontal lo analiza y racionaliza luego concluye que en este caso, se trata de la sombra de un árbol que se mueve por el viento y le envía al cuerpo el mensaje “tranquilo, no hay peligro...”o “huye hay peligro”.

En teoría esta es la forma natural para la que está preparada nuestro cerebro a reaccionar ante las situaciones adversas, pero como nos muestra la realidad no siempre es así. ¿Por qué actuamos impulsivamente o no nos controlamos cuando deberíamos de hacerlo y terminamos haciendo daño a otra persona con actos o palabras violentas?

Primero : Como hemos dicho las emociones se procesan inteligentemente por el órgano prefrontal que almacena las ideas que adquirimos, pero estas ideas también pueden ser equivocadas o irracionales como “ las personas que son diferentes tienen menos valor, algunos tienen menos derechos que otros” etc... Estas ideas con seguridad le harán actuar de forma racista o sexista, en un momento dado, con más o menos violencia, dependiendo del momento.

Segundo: El maltrato infantil puede causar daño en la relación entre los dos órganos mencionados que controlan las emociones y la razón, hasta atrofiarla, creando así futuros maltratadores, ya que les será muy difícil controlar sus emociones que emanan de sus recuerdos y es posible que reaccionen violentamente como lo hicieron con él o ella, ante situaciones o personas similares a las que vivió cuando niño.

Tercero : El alcohol y las drogas esta presente en mas del 50% de la violencia cotidiana en el mundo.

Citemos por ejemplo la droga que está de moda (el éxtasis), los jóvenes desconocen que el consumo habitual genera que el cerebro produzca cada vez menos una hormona que cumple la función de calmar el sistema nervioso, ya que estas pastillas al ser un excitante, inhiben la producción de la otra, generando con el tiempo una deformación en las neuronas y un constante riesgo de descontrol emocional, con sus consecuencias.

En conclusión: El cerebro humano a evolucionado para actuar armónicamente entre lo racional y lo emotivo. El asunto radica cuando por alguna razón (creencias, exceso de drogas, alcohol, experiencias traumáticas, etc.) la persona no controla sus emociones y se produce un “secuestro de la razón” y un desborde emocional que puede llevar al sujeto a cometer acciones violentas.

Existe un consenso en que una de las alternativas para paliar esta situación es fortalecer la formación de creencias y valores racionales a través de la educación en todos los niveles desde la familia hasta la sociedad en su conjunto.

Por último, habrán personas que necesiten apoyo psicoterapéutico para solucionar conflictos emocionales mas serios, que la sola educación no será suficiente.



Lecturas recomendadas:

George Ricarte, “Consumo drogas, efectos en el cerebro y violencia”,

Jose Sanmartin, “Emoción Razón y violencia”,

Daniel Coleman, “Inteligencia Emocional”.





Alejandro Antonio TOLEDO ALCALDE
Licenciado en Psicología
atoledoalcalde@hotmail.com

viernes, 15 de octubre de 2010

FANATISMO

FANATISMO
por Mª José Hernando. Licenciada en Psicología
La bárbara demostración que todos pudimos presenciar por televisión el día 11 de septiembre ha hecho que en estos días más que nunca hayamos escuchado hablar del fanatismo. Pero muy pocas personas se han molestado en explicar qué es el fanatismo y por qué se produce, qué puede hacer que un ser humano utilice como arma un avión lleno de gente y lo estrelle contra un edificio con miles de personas dentro.

En realidad el fanatismo es un concepto que suele llevar «apellido». Hablamos de «fanatismo religioso», «fanatismo racial», «fanatismo político», etc. Y normalmente identificamos el fanatismo con manifestaciones de violencia. Pero eso no siempre es así: fanatismo es también la causa de los gritos y lloros de los adolescentes en presencia de sus ídolos musicales.

El fanatismo es, básicamente, un ahorro de energía psicológica. Para entenderlo pensemos en los registros, en las sensaciones que producen las dudas. Una persona que experimenta dudas en una situación determinada se encuentra en la necesidad de realizar una elaboración compleja: ha de buscar las distintas posibilidades, estudiarlas, sopesarlas, calcular los factores que pueden intervenir, mirar el problema desde distintos puntos de vista, calcular las posibilidades de éxito/fracaso... Durante ese proceso el psiquismo trabaja mucho, se experimenta una sensación de inseguridad, las acciones son más lentas y la incertidumbre produce cierto temor (al fracaso, al error, a las consecuencias, etc). Da igual de qué duda estemos hablando: ¿existe dios?, ¿vamos al cine?, ¿estudio derecho?, ¿me caso con esa persona?. Como es lógico, a mayor trascendencia de la duda mayor es la tensión que se produce y más fuertes son las sensaciones de incertidumbre, inseguridad, lentitud de las acciones y temor.

El fanatismo ahorra todo esto. Propone al psiquismo una solución rápida, contundente, eficaz. El fanatismo elimina la incertidumbre al 100%. Como consecuencia produce un registro de unidad, de coherencia personal que refuerza el mecanismo: el fanático se siente seguro y su seguridad refuerza el fanatismo. Su certeza le libera del temor (al error, a las consecuencias, al fracaso...) y esa liberación refuerza su fanatismo. El fanatismo le ayuda a integrarse en un grupo con el que se identifica y que le acoge con entusiasmo: esa integración también refuerza el fanatismo. Todas estas sensaciones facilitan sus acciones y sus acciones también refuerzan su fanatismo. En síntesis, desde un punto de vista psicológico el fanatismo supone un gran ahorro de energía que impulsa a la persona.

¿Entonces por qué no somos todos fanáticos?

Probablemente en una gran mayoría de los «sensatos» ciudadanos occidentales existe un cierto grado de fanatismo. De hecho, podemos reconocer fanáticos de equipos de fútbol y de otros personajes públicos; fanáticos religiosos capaces de flagelarse el cuerpo, fanáticos políticos, fanáticos de ciertos alimentos, etc, etc.

Lo que nos sorprende es lo que el fanatismo puede llegar a producir, sobre todo cuando se traspasa el límite de la vida misma. Pero en realidad, si pensamos bien veremos que nuestra cultura occidental también ensalza ese tipo de fanatismo ya desde la escuela: héroes que dieron su vida por su país, mártires que dieron su vida por su dios, conquistadores que extendieron su fe salvadora por el mundo... Incluso nos hemos habituado a escuchar a deportistas que lo «dan todo», a entrenadores que exigen «luchar a muerte» por la victoria, a seguidores «a muerte» de sus colores... De hecho, en occidente se admira a quien da su vida por un ideal, siempre que el ideal sea «políticamente correcto».

Pero el fanatismo esconde unos terribles «efectos secundarios»: limita la libertad, empobrece el psiquismo, incomunica, limita la autocrítica y el afán de superación, reduce la riqueza de matices de la vida y en muchos casos desemboca en la negación de la dignidad humana de los otros.

¡Que se lo pregunten a los ciudadanos neoyorkinos!.



Mª José Hernándo
Licenciada en Psicología clínica y escolar

domingo, 10 de octubre de 2010

MALTRATOS Y ABUSOS SEXUALES CONTRA MENORES

MALTRATOS Y ABUSOS SEXUALES CONTRA MENORES
por Rocio Toledo

Actualmente vivimos un periodo donde se comienza a estudiar el problema de los efectos de la violencia, sea ésta del tipo que sea, sobre las personas y, dentro de este problema, el abuso sexual sobre menores es tan sólo un problema más, particular, acotado y con sus propias connotaciones y características.

El primer motivo para la represión legal del abuso sexual sobre menores es que existe una evidencia clínica creciente de que el abuso sexual durante la infancia afecta verdaderamente al desarrollo psicológico ulterior del adulto.

La hipótesis del abuso sexual como “trauma” dentro del desarrollo evolutivo del niño ha adquirido peso específico durante los últimos años. En este sentido, Mullen et al., demuestran que existen secuelas en las víctimas infantiles que les afectará en su desarrollo adulto y que son:

· Declive del status socioeconómico

· Problemas sexuales crecientes

· Propensión a percibir a sus parejas como poco cariñosas e hipercontroladores

Mullen también asegura en su artículo que existen otros factores de deprivación y desventaja asociados al abuso sexual y que, por tanto, sería inadecuado realizar intervenciones terapéuticas centradas exclusivamente en el trauma sexual. Esto es completamente coherente con los datos que aportó: “Las reacciones de las víctimas son mucho más complejas y multidimensionales, y se trate del tipo de abuso que se trate, y en su conjunto, tan sólo el 50% de los niños nos informarán de alguna consecuencia para su salud mental a largo plazo”.

Aunque a veces se tiende a hablar del maltrato infantil como concepto global y éste se suele definir como “el tratamiento extremadamente inadecuado que los adultos encargados de cuidar al niño le proporcionan y que representa un grave obstáculo para su desarrollo”, se podrían establecer diferentes tipos, cada uno con características propias. En la actualidad se consideran cinco tipos diferentes de maltrato:

1) Abuso físico (maltrato físico activo): acción no accidental llevada a cabo por un adulto encargado de cuidar al niño, que le produce daño físico o que le sitúa en riesgo de sufrirlo.



2) Abuso emocional (maltrato emocional activo): acción no accidental, llevada a cabo por un adulto encargado de cuidar al niño, de naturaleza psicológicamente destructiva y que deteriora gravemente el desarrollo psicológico del niño, o que representa un grave riesgo para ello. Incluye: hostilidad, rechazo crónico, corrupción, aterrorizar al niño/a, etc.



3) Negligencia física (maltrato físico pasivo): persistente falta de atención de las necesidades físicas del niño (alimentación, vestido, higiene, vigilancia médica, …) por parte de los adultos encargados de su cuidado.



4) Negligencia o abandono emocional (maltrato emocional pasivo): persistente falta de atención a las necesidades psicológicas del niño (seguridad, afecto, …) por parte de los adultos encargados de su cuidado. Incluye: falta continuada de disponibilidad psicológica e interés hacia el niño, falta repetida de respuesta a las conductas iniciadas por el niño, …



5) Abuso sexual: cualquier acción de tipo sexual (que transgrede los tabúes existentes en ese sentido en una determinada sociedad) por parte de un adulto hacia un niño.



Si nos guiamos por esta definición de abuso sexual, hay que destacar un primer elemento: los abusos sexuales distan de ser algo objetivo, es decir, dependiendo del contexto social donde se den serán vividos como abusos o no. El único tabú universal es el tabú del incesto y proviene prácticamente del nacimiento del hombre como especie. Según esta prohibición, los hombres de la tribu no pueden tener contacto carnal con las mujeres de su familia.



Este último tipo de maltrato, el abuso sexual, es el que se produce fundamentalmente contra las niñas, distribuyéndose de forma inversa en los demás tipos de maltrato.



Existen otras clasificaciones de tipos de maltrato, por ejemplo la realizada por Henry Kempe en su libro "Síndrome del niño maltratado", en el cual establece cuatro subtipos:

a) Maltratos físicos: la violencia física implica la existencia de actos físicamente nocivos contra el niño. Queda definida por cualquier lesión inflingida (hematomas, quemaduras, lesiones en la cabeza, fracturas, daños abdominales o envenenamiento, administración a un lactante de las dosis de sedantes correspondientes a un adulto o bien drogas alucinógenas, ...). Las lesiones producidas requieren atención médica. La negligencia física también estaría incluída aquí e implicaría un fallo del progenitor en cuanto a actuar debidamente para salvaguardar la salud, la seguridad y el bienestar del niño. Incluye el abandono alimenticio, la falta de cuidados médicos, o bien la ausencia de una suficiente protección del niño contra riesgos físicos y sociales.

b) Maltratos psíquicos: el maltrato psicológico es el más difícil de diagnosticar por la dificultad de encontrar unas manifestaciones características. Es la consecuencia de un rechazo verbalizado, de falta de comunicación, insultos y desvalorización repetida, educación en la intimidación, discriminación en el trato en relación con el resto de hermanos o compañeros y exigencias superiores a las propias de la edad. La negligencia y el abandono emocional se dan cuando el niño no recibe las atenciones afectivas, nutricionales, educacionales, sanitarias e higiénicas que necesita. Un ejemplo de esto sería la mendicidad.

El abandono emocional coincide casi siempre con los malos tratos físicos, pero también puede darse en casos en que los cuidados meramente físicos son buenos, ocasionando entonces el mismo daño a la personalidad en vías de desarrollo. De vez en cuando surgen noticias de niños a los que se ha dejado atados en un desván o un sótano, aunque lo más frecuente son las formas sutiles de maltrato emocional, en las que un niño es constantemente aterrorizado, regañado o rechazado. Cuando el progenitor está constantemente ausente en el sentido emocional, el niño puede sufrir por causa de una privación que puede pasar perfectamente inadvertida.

El maltrato emocional, en ausencia de daños físicos, resulta difícil de demostrar, aunque sus efectos pueden ser invalidantes. Suelen ser diagnosticados por psiquiatras o psicólogos tan sólo años después, cuando los síntomas de la alteración emocional se hacen más evidentes. Los actos nocivos son sobre todo verbales, diciéndole constantemente al niño que es “odioso, feo, estúpido” o haciéndole ver que es una carga indeseable. Puede incluso no llamársele por su nombre, y referirse a él como “tú”, “idiota” o de cualquier otro modo insultante. Un niño así se siente el “chivo expiatorio” dentro de la familia, e incluso sus hermanos y hermanas son activamente animados, y quizá recompensados, por ultrajarle o ignorarle.

c) Maltratos sexuales: implican la explotación de niños mediante actos tales como incesto, abusos y violación. Los abusos sexuales se definen como la implicación de niños y adolescentes dependientes e inmaduros en cuanto a su desarrollo, en actividades sexuales que no comprenden plenamente y para las cuales son incapaces de dar un consentimiento voluntario o que violan los tabúes sociales o los papeles familiares. Incluyen:

- Paidofilia: supone el contacto sexual, no violento, de un adulto con un niño, y puede consistir en manipulaciones, exhibiciones de genitales, o contactos buco-genitales. La edad del niño suele oscilar entre los dos años y el comienzo de la adolescencia.

- Incesto: corresponde a individuos con personalidades psicopáticas y sexualidad indiscriminada, que consideran a sus hijos como objetos, siendo frecuentemente violentos (relación materno/paterno-filial). Se puede iniciar a la edad de uno o dos años y continuar hasta la adolescencia.

- Proxenetismo: explotación de menores con fines lucrativos por parte de individuos con o sin parentesco con ellos (p. ej.: la prostitución infantil).

- Violación: es un abuso sexual violento, sin consentimiento por parte del menor.

d) Maltratos institucionales: se pueden definir como “cualquier legislación, programa, procedimiento, actuación u omisión procedente de los poderes públicos, o bien derivada de la actuación individual del profesional o funcionario de las mismas. Comporta abuso, negligencia y detrimento de la salud, la seguridad, el estado emocional, el bienestar físico, la correcta maduración o que viole los derechos básicos del niño y de la infancia”. También como institución, nos referimos a los medios de comunicación ya que tienen la suficiente fuerza como para poder modificar, aleccionar y formar hábitos en la población en general y también en la infancia.

A diferencia de los otros tipos de abusos cometidos contra el niño, en la variedad institucional, no es necesario el contacto directo entre el niño y las personas que van a dictar las disposiciones, normativas, etc., que pueden constituir malos tratos. Detrás de una mesa de despacho también se puede ser responsable de malos tratos. Tampoco hay que olvidar que el profesional o funcionario también pueden actuar directamente sobre el niño y producir un mal trato. Hay dos diferencias fundamentales: mientras que en el maltrato familiar aparecen síntomas evidentes a corto plazo o desde el momento de la agresión, en el maltrato institucional son raras las manifestaciones a corto plazo, provocandose las alteraciones a medio y largo plazo.

En el tema de los abusos sexuales infantiles, al igual que en todos los demás temas tabúes, existen numerosas creencias erróneas. A continuación apuntaré las más comunes, las cuales, de forma más o menos consciente, contribuyen a ocultar el problema, así como a tranquilizar a quienes no desean afrontarlo:

· Muchas personas piensan que los abusos sexuales no existen o son muy infrecuentes y, sin embargo, la frecuencia es muy elevada.

· La mayor parte de las personas creen que los agresores son personas con graves patologías o con desviaciones sexuales y, sin embargo, casi todos los abusos sexuales son cometidos por sujetos aparentemente normales.

· Es usual creer que si los abusos sexuales ocurrieran en nuestro entorno inmediato, nos enteraríamos. La realidad es que la mayor parte de los casos de abusos sexuales no son conocidos por las personas más cercanas a las víctimas y estas tienden con mucha frecuencia a ocultarlos.

· Se suele creer también que los abusos sexuales a menores sólo ocurren en ambientes muy especiales, asociándolos con la pobreza, baja cultura, etc. Aunque es posible que en determinados ambientes sean más frecuentes, los datos confirman que están presentes en todas las clases sociales, zonas geográficas, etc.

· Es también muy frecuente la tendencia a creer que los niños, cuando los cuentan, no dicen la verdad o que están fantaseando. Por el contrario, cuando un niño dice que ha sido objeto de estas conductas, prácticamente siempre dice la verdad y, por consiguiente, debemos creerle.

· También parecería razonable creer que si la madre de un niño se enterara de que su hijo ha sido objeto de un abuso sexual, no lo consentiría y lo comunicaría a alguien o lo denunciaría. Sin embargo, la realidad nos demuestra que si el agresor es un miembro de la propia familia, bastantes madres reaccionan ocultando los hechos.

· Otro error consiste en creer que en la actualidad hay más abusos a menores que antes, lo que pasa es que ahora son estudiados.

· Tampoco es correcto creer que los agresores son casi siempre familiares o casi siempre desconocidos. Los agresores pueden tener relaciones de muy diversos tipos con la víctima y no conviene hacer simplificaciones erróneas.

Los abusos sexuales contra niños se cobran al año un número desconocido de víctimas. No podemos arrancar las raíces de los abusos sexuales contra los niños, pero lo que sí podemos hacer es, a través de programas de prevención y tratamiento, educar al público sobre los peligros de estos abusos sexuales y sobre la necesidad de denunciar dichos abusos y los intentos de abuso.

Estos programas de prevención pasan, en primer lugar, por educarnos a nosotros mismos como padres o futuros padres, a nuestros hijos y a los profesionales que les rodean sobre los peligros y las consecuencias de los abusos sexuales. Esto será vital porque la experiencia demuestra que los niños alertados sobre la posibilidad de ser atacados sexualmente están mejor preparados para protegerse de ello que los que no son conscientes de dicho peligro. Además, tendrán más probabilidades de revelar un incidente que los niños que sólo reconocen vagamente lo que les ha ocurrido.

En segundo lugar, los padres deben crear un ambiente en el que los niños sean libres de comunicar y discutir cualquier situación que les haga sentirse incómodos, y de revelar cualquier ataque sexual que hayan podido sufrir. Se ha de romper la barrera de silencio que rodea a este delito porque únicamente cuando se es consciente de la gravedad del problema y de sus consecuencias, disminuirán los sentimientos de culpabilidad y vergüenza que suelen experimentar las víctimas de este tipo de delitos. Solo entonces se romperá el silencio y dejarán de considerarlo un profundo y oscuro secreto.



Rocío Toledo
Licenciada en Psicología