domingo, 26 de diciembre de 2010

EL DESARROLLO DEL CONOCIMIENTO SOCIAL

EL DESARROLLO DEL CONOCIMIENTO SOCIAL
Por Mª José González. Licenciada en Psicología

El conocimiento social se refiere al conocimiento respecto a las personas y sus hechos. Es el conocimiento sobre las personas, sobre lo que hacen, pueden y deben hacer y sobre cómo deben comportarse.

El desarrollo del conocimiento social se produce en la infancia y para desarrollarse es preciso que el niño haya adquirido tres condiciones previas: la existencia, la necesidad y la inferencia. La primera de ellas hace referencia a que el niño debe saber que los demás individuos tienen pensamientos; la segunda hace hincapié en la motivación del niño para identificar tales pensamientos, mientras que la última se refiere a la organización de estrategias para averiguarlos. La adquisición de estos tres requisitos indica de qué tipo es el desarrollo sociocognitivo. Por un lado es la evolución de la conciencia y el conocimiento general (existencia) de la enorme variedad de posibles objetos de conocimiento social. Por otra parte, es también el desarrollo de la conciencia (necesidad) de cuando y por qué se puede o debe intentar descifrar esos objetos. Finalmente, es la construcción de un abanico de destrezas cognitivas (inferencia) con las que descifrar esos objetos.

Cuando intentamos hallar en cual de los niveles evolutivos se halla un niño, podemos establecer cuatro tipos de perspectivas, en función de sus respuestas: la perspectiva egocéntrica (3-6 años), la socio-informativa (6-8 años), la auto-reflexiva (8-10 años) y la adopción recíproca de perspectivas. En la primera de ellas el niño se distingue a sí mismo del otro, pero no puede diferenciar los respectivos puntos de vista. En la segunda, el niño no es capaz de juzgar sus acciones desde la perspectiva de otras personas ni tampoco es capaz de considerar que los demás pueden tener en cuenta su punto de vista. No será hasta la tercera fase cuando llegará a comprender que la gente puede pensar o sentir de diferente modo y según su propia escala de valores, lo cual permitirá al niño reflexionar sobre su conducta desde la perspectiva de otros. Por último, se llega a poder inferir todo tipo de pensamientos de una tercera persona.

Para hablar del área del conocimiento sobre los sentimientos hay que remitirse a tres posibilidades de particular interés. La primera de ellas es la “empatía no diferencial”, la cual se caracteriza porque la expresión de los sentimientos de otra persona desencadena, de alguna forma, sentimientos iguales o parecidos en el niño pero sin que esos sentimientos inducidos se acompañen por ningún conocimiento social relevante. La segunda posibilidad es la “inferencia empática o diferencial”, el niño consigue inferir algo sobre el estado emocional de los otros, además de tener él mismo algún tipo de sentimiento asociado a la situación. La última posibilidad nos lleva a la “inferencia no empática”, que consiste en una inferencia sobre los sentimientos de los demás y no va acompañada por ningún sentimiento relevante en el propio niño o tal vez simplemente por ningún sentimiento. Pueden aparecer respuestas afectivas naturales y apropiadas ante los sentimientos de las personas. El niño también aprenderá a controlar y dar forma a su propia expresión afectiva, así como a detectar conductas similares en los demás.

Dentro de las diversas teorías existentes destacan dos. La primera de ellas es la de Harris y Olthof, los cuales proponen la existencia de tres niveles en la percepción de la emoción: : un nivel conductual, un nivel más cognitivo-mentalista y, situado entre ellos, un nivel intermedio, el nivel situacional. El primero de ellos es el relativo a los niños más pequeños, puesto que tienden a concebir las emociones de una forma conductista simple de E-R, es decir, tienden a pensar que si se produce una situación que produce emoción, la reacción emocional resultante seguro que será fácilmente perceptible, ya que no saben que pueden ocultarse los sentimientos. Por el contrario, los niños de más edad tienen una concepción más mentalista o cognitivista, en la que creen que los estados mentales median entre el E que produce la emoción y la R conductual o expresiva de la persona afectada. Esto significa que los niños más mayores perciben que una única situación puede provocar simultáneamente más de una emoción en una misma persona y que una misma situación puede provocar emociones diferentes en personas diferentes.

Estas concepciones diferentes conducen a diferenciar la forma en que los niños pequeños y los de más edad piensan respecto a la identificación, la regulación y los efectos de las emociones.

Por último, mencionar la aportación de Robert Selman, el cual describe cinco niveles evolutivos de toma de perspectiva social y estructura sus progresivas adquisiciones en dos grupos. En el primero de ellos (niveles 0 y 1), resalta el reconocimiento básico por otra parte de los niños pequeños de que las otras personas piensan, perciben o sienten lo mismo que ellos. Posteriormente, también aprenderán que las perspectivas conceptuales de los demás pueden ser diferentes de las propias y que éstas son potencialmente inferibles a partir de sus experiencias perceptivas o de otras pruebas indirectas. El segundo grupo de adquisiciones (niveles 2, 3 y 4), incluye el reconocimiento de que el pensamiento es potencialmente recursivo, es decir, que puede incluir o tomar por objeto otro pensamiento, el cual puede incluir o tomar por objeto otro pensamiento y este a su vez puede incluir simultáneamente otro más,... y así sucesivamente para crear cadenas de inferencia cada vez más extensas y complejas.



Mª José González
Licenciada en Psicología
mjgonzalez@psicocentro.com

viernes, 17 de diciembre de 2010

EL DETERIORO COGNITIVO EN LA SENECTUD

EL DETERIORO COGNITIVO EN LA SENECTUD
por Mª José González


Las investigaciones llevadas a cabo en el terreno del deterioro de las capacidades intelectuales en la senectud no son concluyentes. Todas coinciden en la afirmación de que estos deterioros se producen, aunque los criterios sean divergentes respectos a las causas y al proceso.
Se puede afirmar que los individuos mantienen un buen nivel de competencia cognitiva hasta después de los 75 años. Sin embargo, existe una polémica entre dos líneas de investigación: los estudios longitudinales, como los de Baltes y Schaie muestran que el deterioro es ligero hacia los 60 años y más importante a partir de los 80 años, mientras que los estudios transversales, como los de Horn y Donalson hablan de un deterioro muy marcado a partir de los 45 años. En términos generales, lo que sí parecen aceptar todos es que hay un mantenimiento hasta los 60 años, pequeños deterioros hasta los 75 años y grandes pérdidas a partir de los 80 años.
Se acostumbra a analizar el decremento de la inteligencia en los ancianos y en muy pocas ocasiones se destacan los aspectos en los que ellos superan claramente a los más jóvenes, como son la experiencia y la acumulación de conocimientos. Si su inteligencia "fluida" (establecimiento de relaciones, extracción de inferencias, etc.) ha dejado de progresar, su inteligencia cristalizada (la que se relaciona con el fruto del aprendizaje y la experiencia), por el contrario, sigue enriqueciéndose. Tal vez sean menos rápidos, pero pueden aportar una visión más de conjunto, evaluar mejor los "pros" y los "contras", tener puntos de referencia, etc.
Los procesos biológicos involutivos son los que parecen determinar primariamente los déficits cognitivos, aunque existen coadyuvantes y/u otros determinantes de tales pérdidas. En términos generales, el primero de ellos es la deprivación sensorial a la que con frecuencia es sometido el anciano, la cual puede provocar trastornos en las estructuras cerebrales y, por ende, en el comportamiento cognitivo. Por otro lado está la mayor incidencia de trastornos físicos en la edad avanzada (enfermedad aguda o crónica, deterioro sensorial), a los cuales hay que añadir los efectos secundarios de la medicación administrada para aliviarlos. Por último, las pérdidas en las relaciones interpersonales que sufre el anciano así como los cambios en su vida profesional y laboral determinan trastornos afectivos que, a su vez, cursan o se ven asociados con perturbaciones en el rendimiento intelectual.
A la hora de establecer el grado y la naturaleza exacta de la pérdida, será preciso estudiar cuales son las causas que pueden contribuir a su aceleración y reducción, así como los medios que hay que emplear para paliar los efectos negativos. Pero no debemos olvidar que el funcionamiento cognitivo va a interactuar con el funcionamiento social y afectivo, con lo cual será muy difícil establecer cual es el problema primario.
La mayoría de los estudios sobre los procesos de envejecimiento muestran que en los ancianos se producen principalmente tres déficits de memoria: lentitud y/o bloqueo en la recuperación de la información familiar, lentitud en la recuperación de la información nueva o reciente y dificultad en memorizar ciertos tipos de información. Pero además de estos déficits se puede producir un enlentecimiento en las habilidades perceptivo-motoras y sobre el procesamiento de información.
En los estudios sobre déficits cognitivos en la vejez generalmente se emplean comparaciones entre sujetos jóvenes y ancianos y en ellos se ratifica que los ancianos son menos aptos para organizar e integrar la información que los jóvenes y, es por ello, por lo que tienen menos éxito en las tareas de resolución de problemas. Pero estas diferencias en los resultados obtenidos en los tests de inteligencia están también ligadas a diversos factores externos, entre ellos la diferencia en el nivel de escolaridad entre las generaciones estudiadas. El nivel de instrucción alcanzado por las personas de edad mejora de manera espectacular con cada cohorte. El nivel de conocimientos reglados alcanzados por nuestros ancianos es, en general, más bien escaso. El hecho de que la juventud, entendida como etapa social, sea un concepto relativamente moderno, hace que nuestros mayores hayan pasado bruscamente de la infancia a la edad adulta con todo lo que ello implica y que, por tanto, se haya bloqueado una etapa especialmente apta para la adquisición de hábitos de aprendizaje y de desarrollo de la personalidad. También hay que tener en cuenta que, para la gran mayoría de las personas de edad, la escasez de medios económicos hizo del todo imposible que adquirieran en su época una educación superior, no llegando ni siquiera a plantearse esa posibilidad. Esto se ve ratificado por los estudios que muestran que entre nuestros ancianos hay un 18,1% de hombres y un 21´5% de mujeres analfabetas y sólo un 2'5% ha acabado una carrera de grado medio o universitaria (Altarriba, 1992). Este escaso e incluso nulo nivel de escolaridad se observa sobre todo en personas provenientes de medios rurales y en el colectivo del sexo femenino ya que, además de las anteriores circunstancias y condiciones, se unían la expectativa social de su conducta, el comportamiento estereotipado y su posición de rol.
De todo lo anterior podemos suponer que es lógico que se incrementen las diferencias entre los ancianos y las generaciones más recientes, las cuales obtienen unos niveles de inteligencia más elevados debido a su mayor escolarización y a la mejora de las técnicas instruccionales. De igual forma, es lógico pensar que en la vejez los hábitos, costumbres y normas derivados del proceso de socialización que han sido internalizados desde la infancia operen con cierta cristalización, producto de la experiencia acumulada del sujeto así como de su interpretación personal y propia de la implantación cultural.
Otro factor influyente de que los resultados en tests puedan ser inferiores en su cohorte si la comparamos con las actuales, son las privaciones de todo tipo sufridas por la mayoría de nuestra actual generación de ancianos. La privación alimentaria que se prolongó durante bastantes años de su infancia o adolescencia a causa de la guerra, unido en muchos casos a déficits afectivos a causa de la desaparición de uno o ambos progenitores y, por supuesto, el bajo nivel de escolarización propio de la época, han provocado daños irreversibles. A ello hay que unirle las privaciones vividas desde la infancia hasta la actualidad, las cuales pueden ser de carácter económico, social, afectivo, relacional, etc. y que han podido provocar el mantenimiento o el empeoramiento de unos resultados ya de por sí algo deficientes.
No menos influyente en los resultados de los ancianos es la falta de hábito con estos instrumentos. La poca experiencia con el material de la prueba puede provocar un resultado inferior al real ya que las actividades nuevas, más que las familiares, son las que corren el riesgo de sufrir un aumento del tiempo necesario para la decisión. Es por ello que las escalas han de ser breves y han de estar expresadas claramente. Hay que explicar las veces que sea preciso las instrucciones del test para tener la seguridad de que la persona entiende correctamente lo que se le pide. La naturaleza del problema presentado, la falta de interés o de motivación hacia una determinada tarea, las instrucciones dadas y el marco en el que se desarrollan las experiencias pueden ser los responsables de que las puntuaciones obtenidas en los tests sean inferiores a las reales.
Es importante tener presente, como factor influyente en los resultados, que los ancianos pueden padecer déficits sensoriales o de otro tipo. Las funciones sensoriales no se limitan a los cinco sentidos tradicionalmente reconocidos, sino que comprenden también la posición cinestésica del cuerpo, el equilibrio, la rapidez y la coordinación, las alteraciones de la motricidad fina y global y las sensaciones internas. Todo ello puede hacer que, ante un test, se prolonguen los tiempos de respuesta, provocando así que los resultados muestren un nivel de inteligencia inferior al real.
La rapidez de las respuestas en los tests cronometrados será también otra de las variables influyentes. La rapidez en la respuesta decrece con la edad, lo cual provocará que los tests de inteligencia cronometrados otorguen a los ancianos unos resultados peores a los reales, cuando la auténtica causa de la caída de los niveles no depende de la inteligencia sino de la velocidad de respuesta. Sin embargo, esta reducción de la velocidad de respuesta se puede compensar con el aumento de las capacidades verbales, lo cual hará que se obtengan unos niveles estables durante toda la vida en los tests de inteligencia. Cuando se elimina el factor velocidad, el anciano responde aumentando la capacidad de respuesta. Evidentemente, el estado de salud general y un elevado nivel de C.I. del individuo antes de la vejez marcará la tendencia a no deteriorar tanto la comprensión y el rendimiento intelectual en su proceso de senectud. Sin embargo, si se refuerza la aceleración del tiempo de respuesta, sus niveles mejoran, por lo que será útil recurrir a reforzamientos numerosos cuando los ancianos presenten un tiempo de respuesta muy larga y cuando duden en la elección de su respuesta.
La gran trampa que nos puede tender la vejez es asimilar adaptación a anulación y, para evitarlo, las personas de edad deberían intentar conservar al máximo su salud física y mental, rescatándolas de una fácil inercia de abandono. Saber envejecer no consiste sólo en cuidar los órganos que van fallando o prevenir como sea los golpes que amenazan un precario equilibrio, sino en mantener e incluso desarrollar la actividad donde todavía no ha sido tocada.
El problema se presenta bajo un aspecto muy particular en el retirado o jubilado, ya que la mayor parte de su actividad intelectual ha estado hasta ese momento inscrita en el ciclo profesional y de repente se ha hecho el vacío. Esto puede provocar una grave perturbación, un choque que puede traer serias repercusiones sobre la salud general.
La edad cronológica de por sí no determina de forma rígida el deterioro intelectual, sino que éste es el resultante de un proceso de progresiva pérdida funcional o de una patología senil. Además de la edad, en el mantenimiento de las capacidades intelectuales interviene la motivación de persistir en el uso de las mismas, lo cual actúa como freno o retraso a su involución. Es por ello por lo que la estimulación ambiental acostumbra a tener un papel preponderante en cuanto a facilitar la movilización psíquica y física del sujeto.
Parece claro, por tanto, que lo que determina el nivel de competencia cognitiva de las personas mayores no es tanto la edad, sino factores como el nivel de salud, el nivel educativo y cultural, la experiencia profesional y los aspectos emocionales y afectivos (motivaciones, bienestar psicológico, etc.). Por otro lado, el éxito en las tareas cognitivas también viene determinado por la naturaleza de las mismas; cuanto más se acerque a la experiencia cotidiana de cada persona y cuanta menos exigencias en la rapidez y agilidad precise para su ejecución, mayor probabilidad de buen rendimiento tendrán las personas mayores.
Lo que frecuentemente contribuye a la torpeza intelectual de las personas de edad, es el hecho de vivir apartadas de la sociedad y de la relación con las demás personas. En la senectud ya no se tienen responsabilidades directas, se reducen las oportunidades de charlar con la gente que aún lleva una vida activa y sus preocupaciones se van reduciendo, al igual que su curiosidad intelectual. El anciano va así aislándose del mundo exterior y se confina entre las cuatro paredes de su hogar, con lo cual sus conversaciones se reducen a las molestias acerca de su salud y a aspectos muy puntuales o bien del pasado, que generalmente son siempre los mismos. Esto provoca, en las personas que les visitan o que hablan con ellos, el sentimiento de que su compañía no es más que una formalidad que no procura distracción ni consuelo a su soledad.
Frente a esta crisis, el único remedio posible es el descubrimiento de un centro de interés hacia el cual dirigir su objetivo. El anciano debe tratar de profundizar en sus conocimientos e incluso adquirir otros nuevos. Es cierto que esto se produce bajo unas condiciones bastante difíciles, ya que la capacidad de atención disminuye, se pierde vista, oído, memoria, etc. pero, lo mismo que la salud física, la salud intelectual requiere un régimen apropiado, una gimnasia que le permita una mayor agilidad mental, ya que la memoria se desarrolla utilizándola. Es por ello que, en la actualidad, cada vez destaca más la importancia de un mantenimiento estimulativo adecuado, con su posterior respuesta funcional, cara a la conservación durante el mayor tiempo posible de las facultades intelectuales del anciano.


Mª José González
Licenciada en Psicología
mjgonzalez@psicocentro.com

miércoles, 1 de diciembre de 2010

ESA META LLAMADA MADUREZ

ESA META LLAMADA MADUREZ
por Mª José González

Al hablar de evolución humana se suele hacer una división en cuatro periodos: infancia, adolescencia, madurez y senectud. Pero esta división no se produce en todas las culturas, puesto que en algunas de ellas, como puedan ser las más primitivas, no se contempla la adolescencia, pasándose directamente de la niñez a la edad adulta. Tampoco se da en ellas un criterio fijo para determinar el momento, sino que suele ser el hechicero o curandero de la tribu el que se encarga de enjuiciar la madurez física y psicológica de los candidatos varones, así cómo de establecer el momento en el que se procederá a celebrar el tránsito. Si tomamos por ejemplo una de las tribus amazónicas, vemos como los muchachos son amarrados a un tronco de árbol durante dos días y se dejan devorar por termitas sin dejar ir un lamento. Es la prueba que tienen que pasar para demostrar que el niño que hay en él ha muerto definitivamente y que, a partir de su liberación de las ataduras, todos le aceptarán como adulto. Pero este no es el único ejemplo, porque si cambiamos de continente vemos cómo entre los masai africanos hay una transición similar en cuanto a rapidez. Tras varios años de mostrar su valor con juegos de guerra y cacerías de leones, el joven masai es circuncidado y la sangre vertida se echa sobre su cabeza. Después pasa cuatro días aislado y vestido de mujer y, por último se le afeita la cabeza. Una vez superado esto ya es considerado un adulto, se le cambia de nombre y puede formar parte de los guerreros de la tribu.

Con las chicas el determinar el momento de transito es mucho más fácil, puesto que viene marcado por la aparición de la primera menstruación. A partir de ahí se le explican los secretos de la vida y, en algunas tribus como pueda ser la masai, son sometidas a algún rito cruento, como por ejemplo el cortarles o perforarles sus órganos sexuales.

Así de rápido y dramático es el proceso de maduración en muchos pueblos primitivos: para los varones de los indígenas amazónicos bastarán dos días y para los masai algo más, y el niño se habrá convertido en un hombre con todos los derechos y las obligaciones del adulto. Sin embargo, en los países civilizados el tránsito de la infancia a la edad adulta no es tan claro. No hay una ceremonia que marque el paso de una a otra, sino que transcurre un largo periodo al que denominamos adolescencia o juventud.

En nuestra cultura se concibe la adolescencia como un periodo marcado por los rápidos y drásticos cambios y transformaciones tanto en el aspecto físico, psíquico cómo comportamental del adolescente. El detonante de la evolución fisiológica es el hipotálamo, el cual ordena a la hipófisis que produzca hormonas y las envíe a través de la circulación sanguínea para que estimulen la segregación de hormonas sexuales, lo cual producirá el desarrollo de los rasgos sexuales. En las chicas, el crecimiento alcanzará su punto álgido aproximadamente cuando tenga unos 14 años, mientras que en el caso de los chicos se producirá cuando tenga unos 18 años aproximadamente. En este punto el proceso de maduración física se cierra porque está completo, pero el paso a la edad adulta también implica una evolución psicológica.

El adolescente una vez convertido en un hombre o mujer sexualmente hablando aún vive en muchos aspectos en el estado de ánimo de la niñez. Delante de él hay un largo camino hacia el mundo de los adultos y el llegar a la meta es muy duro y trabajoso, pero sólo entonces se habrá convertido anímica y corporalmente en un adulto. Los pasos que se siguen en este camino suelen ser seguidos de una manera ordenada y armoniosa por la mayoría de los jóvenes, aunque la velocidad en el tránsito será muy diferente según el área de la que se trate.

El punto primordial del transito hacia la edad adulta será la consolidación de la autoestima, en el cual se expresa una actitud positiva o negativa hacia un objeto particular, el sí mismo. Pero el desarrollo del concepto de sí mismo y su aceptación es algo muy difícil debido a que existen algunos importantes factores asociados, entre ellos el nivel de autoestima (a mayor nivel un concepto más estable de sí mismo), la imagen del propio cuerpo (si es satisfactoria se hallará correlacionada con actitudes positivas hacia sí mismo) y el ambiente social (será satisfactorio si está integrado y en un ambiente no hostil).

En el desarrollo de la identidad y de la autoestima del adolescente también influirán poderosamente las personas cercanas al entorno del adolescente, los cuales ejercen más influencia sobre sus sentimientos de autoestima que el prestigio que puedan tener en la sociedad. También influyen el estatus socioeconómico y la religión y aunque considerados independientemente no muestran una relación muy estrecha con la autoestima, su impacto acumulativo es considerable. Además, también influirán las características étnicas y raciales, aunque las diferencias se notan más cuando se analizan y comparan entre sí a diferentes subculturas.

También es un periodo en el que comenzarán a aparecer unos nuevos intereses, actitudes y valores, que pasaran a ocupar un primer plano y que implicarán que deba empezar a tomar importantes elecciones a nivel ocupacional y sentimental y que, en gran parte, influirán y/o marcarán su futuro. La necesidad de establecer una identidad coherente y la necesidad de adoptar decisiones pueden provocar en el adolescente una “crisis de identidad”, las cuales no son ni mucho menos necesarias, tal y como postulaban Erik Erikson o Marcia, para solucionar la cuestión de la identidad. Tampoco podemos decir que exista una “crisis normativa”, puesto que sólo el 25 - 30 % de la población la sufre y puede darse a cualquier edad, aunque eso sí, la probabilidad es mayor en la pubertad. La actitud más corriente del adolescente es la de evitar las crisis de identidad súbita y lo logra adaptándose muy gradualmente a los cambios que experimenta en su identidad.

En la adolescencia está muy unido al tema de la auto-imagen el de la identidad del papel sexual, el cual se habrá ido desarrollando en las etapas avanzadas de la niñez. Se entiende por “identidad sexual” el grado en el que el individuo cree haberse ajustado al papel sexual prescrito. Implica la adopción de los diferentes y característicos comportamientos de su sexo, aunque esto no siempre se hará de una forma explícita, e irán asumiéndolos como aspectos generales de su cultura. La importancia sobre su identidad sexual puede deberse a la reducción del margen de acción en el comportamiento adecuado para su sexo por parte de los adultos y del grupo de pares que rodean al adolescente. También se verá condicionado por las expectativas, intereses y actitudes vinculados a su sexo, así como por la fuerte influencia que tienen en la actualidad los medios educativos y los de comunicación.

Cuando el individuo cumple 16 - 17 años, las diferentes facetas del sí mismo ya se habrán unido de forma desordenada y por partes formando una sola estructura, la cual se centra en la percepción de sí mismo como individuo. Esto provoca la aparición de efectos sobre la adaptación general, la aparición de una nueva concepción del mundo y la priorización e interpretación de las diversas experiencias.

Otro de los temas importantes en la adolescencia es el logro de la independencia, entendida como libertad familiar, personal y emocional. Ésta se ve propiciada por la maduración, tanto física como intelectual, y por las fuerzas psicológicas tanto internas como externas. Esta búsqueda y logro de la independencia no se produce en línea recta, de ahí el comportamiento contradictorio de los adolescentes, que se pueden mostrar dependientes o independientes dependiendo del problema al que se enfrenten. Esto hace que la situación, además de ser incomoda para el propio adolescente lo sea también para los padres, que aún no saben como tratarlo sin herir su sensibilidad.

Desde el nacimiento, la familia constituye para el niño el agente psíquico de la sociedad, le transmite las normas, las costumbres y los valores dominantes de dicha sociedad, así como la interpretación de los modelos en función de la clase social y moral de la cultura a la que pertenecen. En la adolescencia, el papel desempeñado por los adultos más próximos será un factor muy importante, ya que una actitud conflictiva de estos, debida generalmente a problemas personales, resultará realmente frustrante para el adolescente, pudiendo llegar a producir el llamado "vacío intergeneracional".

El término "vacío intergeneracional" implicaría que en la adolescencia se produciría un conflicto entre las generaciones, a partir de la rebelión del adolescente contra la autoridad parental. Muchos autores dudan que, en general, se produzca esta rebelión y opinan que los adolescentes suelen tener una relación familiar satisfactoria, estable y de mutua colaboración y que, además, sus relaciones se van haciendo más fáciles y hay una mayor confianza conforme el adolescente crece. No obstante, durante la adolescencia el joven reorienta sus actitudes hacia la autoridad y se muestra menos conformista con la autoridad en su hogar y más conformista en situaciones de grupo.

En las diferentes maneras de entender la independencia hay variables culturales, de edad, de clase social y de sexo del adolescente. Todo esto no significa que no existan conflictos, al menos de forma provisional, ya que el adolescente aspira a ser independiente y los padres tienden a ser más restrictivos en esta etapa, aunque este proceso parece plantear más problemas a los padres que al adolescente. Algunos progenitores irán reduciendo voluntariamente su control, y en buena hora, para impedir que se produzcan luchas intensas, y también habrá jóvenes que serán menos exigentes que otros. Una excesiva libertad puede ser tan amenazadora para los jóvenes que no se hallan enteramente listos para manejarla, como una pérdida excesiva de control puede serlo para los progenitores que no estén seguros sobre el modo de garantizar el bienestar de su hijo. Por consiguiente, se debe crear una base que permita establecer una serie de conciliaciones mutuamente satisfactoria para ambas partes puesto que, aunque puedan discrepar en determinadas cosas, pueden admitir las respectivas opiniones y vivir en relativa armonía.

Por último, apuntar que el adolescente no deja de serlo automáticamente y pasa a convertirse en adulto en un momento determinado de ese periodo denominado adolescencia, sino que más bien lo que sugiere lo anteriormente apuntado es que el desarrollo se producirá a lo largo de toda la vida. Esto explica el hecho de que es fácil ver a hombres y mujeres de 40, 60 o 70 años con rasgos infantiles e, incluso, hay personas que no llegarán nunca a esa meta llamada madurez.



Mª José González
Licenciada en Psicología
mjgonzalez@psicocentro.com


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