Mundos
Internet puede incrementar la tendencia a la disminución de la sociabilidad con base en la comunidad física tradicional y al declive de la vida social dentro del trabajo; en cambio, puede hacer que aumente la sociabilidad entre personas que constituyen lazos electivos, que no coinciden físicamente por el hecho de trabajar o vivir en el mismo lugar pero que comparten intereses comunes.
El don de la ubicuidad se va a generalizar. Internet, teléfonos móviles y la futura integración de ambos lo harán posible. El ser y el estar se encuentran unidos en idiomas como el inglés. Saber quién es uno se relaciona estrechamente con saber dónde está. Se está, en parte, en función del reflejo que devuelven los otros con los que se interactúa. Será interesante ver de qué forma afecta a la identidad, en el futuro, el desenclave de amarres físicos localizables que proporciona Internet. Los emplazamientos geográficos van a perder gran parte de su importancia en la definición de las relaciones sociales y de las identidades culturales. Los gobiernos, observa Castells, también se verán afectados. En la actualidad el gobierno se ejerce sobre personas concretas alojadas en territorios delimitados, pero esa localización de las personas comienza ya a ser borrosa hoy en día.
La figura representa cómo eran los mundos personales y las redes sociales antes de Internet y cómo han cambiado a consecuencia de su utilización. Antes de Internet la probabilidad de establecer vínculos sociales estrechos estaba muy relacionada con la proximidad física. Los mundos más próximos al nuestro también eran aquellos con los que nos relacionábamos con mayor intensidad y frecuencia. Las flechas más gruesas indican vínculos más fuertes o frecuentes. Los vínculos familiares y de vecindad, en el terreno personal, eran muy importantes. En el ámbito laboral, de igual manera, los grupos de trabajo se formaban en gran medida a partir del condicionamiento que imponía la mayor o menor proximidad física (o a la inversa, se condicionaba esta a las necesidades impuestas por la división del trabajo). En general, los mundos muy alejados físicamente del nuestro eran poco conocidos; se podían establecer algunos vínculos con ellos, pero estos eran poco intensos o infrecuentes. Incluso podía haber mundos visibles, pero inalcanzables; se conocía su existencia, pero no se podía interactuar con ellos debido a su lejanía.
Con Internet se han producido varios cambios. En primer lugar la probabilidad de establecer vínculos y la intensidad de estos es prácticamente independiente de la distancia física. Son relaciones establecidas por elección, y ya no por imposición ambiental, las que predominan tanto en el ámbito personal como en el laboral. Se pueden establecer vínculos con mundos tan alejados que antes sólo resultaban visibles. Pero, aún más, es posible establecer vínculos con mundos que antes ni siquiera eran visibles. La proximidad física ya no condiciona las relaciones, sino que incluso es posible prescindir de vínculos con personas o grupos cercanos, que antes resultaban irreemplazables.
La figura también muestra que los mundos después de Internet se han empequeñecido. El modelo sugiere que su tamaño es directamente proporcional a la intensidad (o probabilidad) de los vínculos que se establecen con los mundos cercanos, e inversamente proporcional a la intensidad (o probabilidad) de los vínculos que se establecen con los mundos lejanos. Esto es así tanto en el ámbito personal como en el laboral.
En el pasado las casas debían ser grandes para permitir que tuviera lugar en ellas gran parte de la interacción social necesaria para el individuo. La familia era más extensa, se necesitaban más habitaciones y más grandes. Había que recibir a los vecinos y a las visitas. La mayor parte de la interacción social se llevaba a cabo en ese espacio. La evolución de las tecnologías de la comunicación ha hecho aceptables formas de vida y espacios que en el pasado hubieran resultado intolerables.
Tal y como observa Ilkka Tuomi, la Nagakin Capsule Mansion sirve como ilustración ejemplar de lo que está sucediendo. Se trata de un edificio de viviendas que se encuentra en Tokyo. A la entrada de cada apartamento-cápsula hay un espacio reducido para el aseo. Bajo la ventana hay una cama, e integrado en ella hay un panel con el que se controla un aparato para escuchar música y radio, una televisión y un teléfono. Junto a la cama hay una pequeña dependencia para cocinar y en la pared, un armario para guardar la ropa.
Es un espacio que representa de manera extrema cómo puede llegar a quedar reducido el mundo privado en un entorno urbano contemporáneo. La vida privada parece reducirse al control del estado de ánimo (con la música), a la identificación con algún grupo de pertenencia (escuchando las mismas emisoras de radio que los amigos), a observar el mundo que hay afuera (mirando la televisión) y a comunicarse con él (llamando por teléfono). El resto de la vida es trabajo.
Sin las posibilidades de los actuales medios de comunicación, un espacio así resultaría insufrible. Pero lo cierto es que nuestros vínculos sociales se hacen cada vez más independientes del tiempo y del espacio. Ya no es necesario un lugar físico como nodo de las relaciones sociales. Muy probablemente el incremento de los hogares unipersonales está directamente relacionado con el avance de las tecnologías de la comunicación. En el ámbito público, de modo similar, el discurso político se hace cada vez más independiente de la localización espacial; los temas de discusión transnacional crecen y disminuye la importancia de los que tienen lugar en el interior de las fronteras nacionales.
Es probable que la identidad psicológica sufra un proceso de fragmentación parecido al que afecta a los espacios físicos. La comunicación, como indica Wellman, se establece más entre personas que representan diferentes roles que entre identidades globales. Las redes de comunicación entre roles están en constante reconfiguración y cambio, y eso hace que a la fragmentación se añada la inestabilidad. Además, la solidaridad de la relación basada en la convivencia es más difícil de obtener cuando el individuo distribuye sus vínculos sociales entre mundos alejados y variables. Es por ello que se plantea un nuevo tipo de estrés para el individuo: el que viene dado por la dificultad para formar y mantener una determinada identidad psicológica.
La psicología de la tecnología deberá ser sin duda un importante campo de estudio e intervención dentro de muy pocos años.
Algunos de los temas de interés para tal empresa se esbozan a continuación. Comenzaremos con un campo escasamente explorado hasta el momento, como es el de las diferencias individuales en comunicación mediada por ordenador (CMO). Seguiremos con algunas reflexiones en torno a una hipotética adicción a Internet, a la que algunos pretenden dotar de entidad como etiqueta diagnóstica. Y acabaremos con una discusión de las posibilidades y limitaciones de la intervención psicológica clínica a través de Internet. Basaremos la exposición de los diferentes temas en trabajos recientemente publicados por nuestro grupo de investigación, en la Universidad de Barcelona, y otros coordinados por Félix Moral, de la Universidad de Málaga; Juan Alberto Estallo, de los servicios psiquiátricos del Ayuntamiento de Barcelona, y la comisión deontológica del Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña. Quedarán por exponer temas importantes, como algunas de las nuevas posibilidades que ofrece Internet para la obtención de datos en la investigación psicológica o el estudio de la forma en que Internet incide sobre los movimientos sociales. Les remito, si tienen interés en leer algunas aportaciones respecto a estos y otros temas, al número monográfico sobre Internet y psicología que publicó recientemente la revista de nuestra facultad: Anuario de Psicología.
Internet puede incrementar la tendencia a la disminución de la sociabilidad con base en la comunidad física tradicional y al declive de la vida social dentro del trabajo; en cambio, puede hacer que aumente la sociabilidad entre personas que constituyen lazos electivos, que no coinciden físicamente por el hecho de trabajar o vivir en el mismo lugar pero que comparten intereses comunes.
El don de la ubicuidad se va a generalizar. Internet, teléfonos móviles y la futura integración de ambos lo harán posible. El ser y el estar se encuentran unidos en idiomas como el inglés. Saber quién es uno se relaciona estrechamente con saber dónde está. Se está, en parte, en función del reflejo que devuelven los otros con los que se interactúa. Será interesante ver de qué forma afecta a la identidad, en el futuro, el desenclave de amarres físicos localizables que proporciona Internet. Los emplazamientos geográficos van a perder gran parte de su importancia en la definición de las relaciones sociales y de las identidades culturales. Los gobiernos, observa Castells, también se verán afectados. En la actualidad el gobierno se ejerce sobre personas concretas alojadas en territorios delimitados, pero esa localización de las personas comienza ya a ser borrosa hoy en día.
La figura representa cómo eran los mundos personales y las redes sociales antes de Internet y cómo han cambiado a consecuencia de su utilización. Antes de Internet la probabilidad de establecer vínculos sociales estrechos estaba muy relacionada con la proximidad física. Los mundos más próximos al nuestro también eran aquellos con los que nos relacionábamos con mayor intensidad y frecuencia. Las flechas más gruesas indican vínculos más fuertes o frecuentes. Los vínculos familiares y de vecindad, en el terreno personal, eran muy importantes. En el ámbito laboral, de igual manera, los grupos de trabajo se formaban en gran medida a partir del condicionamiento que imponía la mayor o menor proximidad física (o a la inversa, se condicionaba esta a las necesidades impuestas por la división del trabajo). En general, los mundos muy alejados físicamente del nuestro eran poco conocidos; se podían establecer algunos vínculos con ellos, pero estos eran poco intensos o infrecuentes. Incluso podía haber mundos visibles, pero inalcanzables; se conocía su existencia, pero no se podía interactuar con ellos debido a su lejanía.
Con Internet se han producido varios cambios. En primer lugar la probabilidad de establecer vínculos y la intensidad de estos es prácticamente independiente de la distancia física. Son relaciones establecidas por elección, y ya no por imposición ambiental, las que predominan tanto en el ámbito personal como en el laboral. Se pueden establecer vínculos con mundos tan alejados que antes sólo resultaban visibles. Pero, aún más, es posible establecer vínculos con mundos que antes ni siquiera eran visibles. La proximidad física ya no condiciona las relaciones, sino que incluso es posible prescindir de vínculos con personas o grupos cercanos, que antes resultaban irreemplazables.
La figura también muestra que los mundos después de Internet se han empequeñecido. El modelo sugiere que su tamaño es directamente proporcional a la intensidad (o probabilidad) de los vínculos que se establecen con los mundos cercanos, e inversamente proporcional a la intensidad (o probabilidad) de los vínculos que se establecen con los mundos lejanos. Esto es así tanto en el ámbito personal como en el laboral.
En el pasado las casas debían ser grandes para permitir que tuviera lugar en ellas gran parte de la interacción social necesaria para el individuo. La familia era más extensa, se necesitaban más habitaciones y más grandes. Había que recibir a los vecinos y a las visitas. La mayor parte de la interacción social se llevaba a cabo en ese espacio. La evolución de las tecnologías de la comunicación ha hecho aceptables formas de vida y espacios que en el pasado hubieran resultado intolerables.
Tal y como observa Ilkka Tuomi, la Nagakin Capsule Mansion sirve como ilustración ejemplar de lo que está sucediendo. Se trata de un edificio de viviendas que se encuentra en Tokyo. A la entrada de cada apartamento-cápsula hay un espacio reducido para el aseo. Bajo la ventana hay una cama, e integrado en ella hay un panel con el que se controla un aparato para escuchar música y radio, una televisión y un teléfono. Junto a la cama hay una pequeña dependencia para cocinar y en la pared, un armario para guardar la ropa.
Es un espacio que representa de manera extrema cómo puede llegar a quedar reducido el mundo privado en un entorno urbano contemporáneo. La vida privada parece reducirse al control del estado de ánimo (con la música), a la identificación con algún grupo de pertenencia (escuchando las mismas emisoras de radio que los amigos), a observar el mundo que hay afuera (mirando la televisión) y a comunicarse con él (llamando por teléfono). El resto de la vida es trabajo.
Sin las posibilidades de los actuales medios de comunicación, un espacio así resultaría insufrible. Pero lo cierto es que nuestros vínculos sociales se hacen cada vez más independientes del tiempo y del espacio. Ya no es necesario un lugar físico como nodo de las relaciones sociales. Muy probablemente el incremento de los hogares unipersonales está directamente relacionado con el avance de las tecnologías de la comunicación. En el ámbito público, de modo similar, el discurso político se hace cada vez más independiente de la localización espacial; los temas de discusión transnacional crecen y disminuye la importancia de los que tienen lugar en el interior de las fronteras nacionales.
Es probable que la identidad psicológica sufra un proceso de fragmentación parecido al que afecta a los espacios físicos. La comunicación, como indica Wellman, se establece más entre personas que representan diferentes roles que entre identidades globales. Las redes de comunicación entre roles están en constante reconfiguración y cambio, y eso hace que a la fragmentación se añada la inestabilidad. Además, la solidaridad de la relación basada en la convivencia es más difícil de obtener cuando el individuo distribuye sus vínculos sociales entre mundos alejados y variables. Es por ello que se plantea un nuevo tipo de estrés para el individuo: el que viene dado por la dificultad para formar y mantener una determinada identidad psicológica.
La psicología de la tecnología deberá ser sin duda un importante campo de estudio e intervención dentro de muy pocos años.
Algunos de los temas de interés para tal empresa se esbozan a continuación. Comenzaremos con un campo escasamente explorado hasta el momento, como es el de las diferencias individuales en comunicación mediada por ordenador (CMO). Seguiremos con algunas reflexiones en torno a una hipotética adicción a Internet, a la que algunos pretenden dotar de entidad como etiqueta diagnóstica. Y acabaremos con una discusión de las posibilidades y limitaciones de la intervención psicológica clínica a través de Internet. Basaremos la exposición de los diferentes temas en trabajos recientemente publicados por nuestro grupo de investigación, en la Universidad de Barcelona, y otros coordinados por Félix Moral, de la Universidad de Málaga; Juan Alberto Estallo, de los servicios psiquiátricos del Ayuntamiento de Barcelona, y la comisión deontológica del Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña. Quedarán por exponer temas importantes, como algunas de las nuevas posibilidades que ofrece Internet para la obtención de datos en la investigación psicológica o el estudio de la forma en que Internet incide sobre los movimientos sociales. Les remito, si tienen interés en leer algunas aportaciones respecto a estos y otros temas, al número monográfico sobre Internet y psicología que publicó recientemente la revista de nuestra facultad: Anuario de Psicología.
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