El círculo de la depresión
¿Ha pasado usted por un mal momento? Todos, como usted y yo, hemos vivido experiencias dolorosas. Pésimas, incluso. Y es que el dolor, las frustraciones, la injusticia o la muerte alcanzan a cualquiera, sin distinciones ni barreras que les protejan. Pero eso no sirve de consuelo al que sufre.
Junto al que vive una mala experiencia, siempre encontraremos a uno que tiene más problemas y otro que tiene menos. Pero no todos se deprimen. Algunos se deprimen con más desastres en sus vidas y otros con aparentemente muchos menos. Pero el juicio de cuánto pesa en cada uno el mismo dolor es personal, íntimo. Unos pasan como si nada por una triste relación sentimental. Y se sobreponen y salen adelante. Otros, ante la misma situación, caen en depresiones más o menos profundas, más o menos prolongadas. Y así con la ruina financiera, una enfermedad, la muerte, un trabajo ingrato o incluso por el abandono de los seres queridos.
Pero no todos los que sufren están deprimidos. La depresión ingresa no por el sufrimiento sino por la actitud y hábitos en torno al dolor.
Buscar las claves, cambiar el espejo
Entonces, ¿qué actitudes nos ayudarán a identificar si estamos cruzando el umbral hacia el campo destructivo de la depresión? ¿Cuándo resulta conveniente pedir ayuda, apoyo o guía para salir adelante?
Lo primero es cambiar el “espejo de casa”. A fuerza de gustos, rutinas y rechazos, nuestros espejos internos se vuelven borrosos, deformes, y exagerados respecto a quienes realmente somos y donde en verdad estamos parados. Al modo de los espejos de las casas de parques de diversiones, nosotros y nuestro mundo se deforman y aparecen excesivamente altos, pequeños, anchos o tenebrosos.
Cambiar el espejo es cambiar nuestras miradas aportando las de otros, más objetivos y preparados no tanto para lanzar juicios y opiniones sobre nosotros, sino más bien para cooperar en nuestro proceso de comprensión de nuestra realidad. Las claves están dentro de nosotros pero la luz del sol que nos ayuda viene de afuera. Salir de lo que asumimos día a día nos ayudará a enfocar más objetivamente.
Si una pregunta bien hecha nos entrega la mitad de la respuesta, éste es el momento de preguntas para aclararnos y tomar las herramientas adecuadas. Aprender a valorarnos mejor y trazar un mapa interno con nuestros peligros y tesoros será el paso que daremos.
El diálogo interno: sin introspección no hay cambio
Acostumbrados a una perspectiva superficial, las respuestas preformuladas pueden ayudar a seguir adelante sin aparentes preocupaciones. Sin embargo, pretender echar un manto de polvo sobre los problemas ayuda a no verlos, pero no los elimina.
Es fundamental el proceso de introspección, de desarrollar una auténtica vida interior y crear un diálogo interno que nos hable de nuestros deseos, miedos, fuerzas y esperanzas. No es tan difícil de lograr como parece.
Ejemplos del diálogo
Recreemos un poco este concepto. Una de las trampas mentales más porfiadas es la de dejar que el tiempo remedie los problemas. Internamente nos examinamos y descubrimos la mar de cosas que están a la espera de que el tiempo solucione nuestros problemas.
Tales decisiones que nunca tomamos, aquellos problemas que nunca remediamos, están sentados a la vera del tren de la vida, acumulándose y destruyéndonos poco a poco. Podemos ciegamente esperar a que un pase mágico nos evite el trabajo de enfrentar nuestra vida, pero sin tomar el toro por las astas y acometer contra los problemas, tomando una actitud decidida y constructiva, nunca se aliviarán. La ley del universo es la entropía, tender a la destrucción y al caos. Nada mejora por sí mismo, abandonado a sus propias fuerzas.
Sostener relaciones sentimentales destructivas, empleos corrosivos, problemas irresolutos y toda la variante de “pendientes” que carcomen nuestra vida, son la expresión personal de esta trampa mental. Verla y enfrentarla es el paso que debemos dar a continuación.
Para ello, observaremos el problema y responderemos con franqueza: “No, no es verdad que mañana podré hacer lo que hoy pudiendo hacer algo no resuelvo hacerlo. Mañana será más complicado y sólo busco una excusa para mi cobardía. No deseo pasar otro día más dañándome, entre tensiones y angustias. Ya lo hice ayer así y probablemente seguiré adelante mintiéndome y autodestruyéndome pudiendo tomar medidas y resolver ahora, dejando de sufrir”. No importa como retorzamos la realidad: el espejo muestra la verdad y no hay fuerza ni truco que la cambie.
Es verdad que muchas cosas seguirán mal, pero la actitud fundamental ha cambiado. Los problemas complejos y aparentemente irresolubles pueden ser mirados desde otro prisma. Es verdad que tenemos necesidades materiales, pero destruirnos la salud o romper nuestro corazón ataca aspectos más valiosos que lo que prendemos conservar o lograr.
Quizás delegamos la toma de decisiones por temor a responsabilizarnos de nuestros actos. Quizás arrastramos con nosotros malos hábitos y hasta adicciones que no queremos reconocer o enfrentar. Y preferimos el daño a las turbulencias dolorosas – pero pasajeras – del cambio.
Aprender a valorar
La introspección nos ayuda a querernos mejor a nosotros mismos. Y en la medida que nos cuidamos, mejoramos nuestra calidad de vida y la de los demás. Mientras menos cuidamos de nosotros, más tiempo viviremos en la sombra del dolor y de la angustia. Más tiempo pasaremos sufriendo.
Finalmente, desechemos todas esas suposiciones que nos atormentan. Lo que opinan los demás, los sentimientos de los otros, los supuestos en el futuro… ¿cuántas veces no terminan cumpliéndose simple y sencillamente porque nosotros mismos generamos esa reacción?
Seamos honestos: perdemos más tiempo y energía sufriendo y evitando lo que ocurre en nuestra imaginación que poniendo el esfuerzo en vivir con plenitud nuestras vidas. ¿Quién no se sorprendió intentando aclarar un punto que nos atormentó por mucho tiempo y que el otro ya había olvidado o que ni siquiera notó?
Es posible que por un capricho del azar entre quienes le rodean “todos sean malos”. Pero es poco probable. Vivir con desconfianza, colgando nuestras vidas del la opinión de los demás, es entregar en sus manos nuestra libertad y felicidad. Somos marionetas, no seres libres.
Entre temer y vivir temiendo hay un abismo incalculable. Todos tenemos temores. Temor a lo desconocido, temores justificados, temores injustificados y hasta temores ridículos. Pero el temor nunca es obstáculo para el que realmente desea la felicidad. Por el contrario, los éxitos se construyen sobre las soluciones que encontramos para enfrentar y superar esos temores. Tales remedios constituyeron, en todos los casos, el cimiento firme por el que los temerosos caminaron con pie firme a su bienestar.
Actores tímidos, militares cobardes, artistas inseguros, amantes en desventaja, políticos con temor al público… A veces por ignorancia desconocemos los calvarios que pasaron nuestros héroes favoritos y que hoy admiramos precisamente por aquellos que en su momento les hicieron sufrir tanto y que hoy son su fama y sus triunfos.
Ninguno de ellos esperó en la puerta de su casa a que el éxito les trajera sus sueños hechos realidad. Ellos fueron en busca de sus sueños. No tragaron ilusiones porque no esperaron a que las cosas se arreglasen por sí solas. Su actitud fue cooperadora con la vida.
Los únicos que recibieron lo que esperaban, sin hacer nada, fueron los que esperaron calamidades. Aquel que temía expresar su amor verá como el ser amado se va con otro, como el que teme la pobreza la sufrirá si espera que las riquezas vengan solas o como quienes temen enfermedades continuamente, que con probabilidad algo sufrirán, siquiera una crisis de nerviosa por autosugestión.
Ver con claridad y ponerse a trabajar
Nadie niega que sus problemas sean reales o incluso monumentales, insalvables. Lo que sí debemos decirnos intensamente es que si no queremos deprimirnos, debemos procurar superar nuestra actitud, por mucho que no cambiemos el problema. Nadie pide que se niegue el problema, sólo se recomienda la autocrítica a lo que hacemos por salir adelante.
Los grandes pesimistas no atrapan más que problemas. Son expertos en encontrar el pelo en la leche, el negro en el blanco. No por eso son más inteligentes. De hecho, suelen ser menos listos, más tontos si se quiere, porque en lugar de utilizar sus talentos para prevenir riesgos, se quedan encandilados en los puntos negros, adorándose a sí mismos por su acierto al descubrirlos y trabando todo avance.
Los grandes optimistas no niegan los problemas. Aún podríamos decir que superan a muchos en la visión de las complicaciones posibles. La diferencia entre ellos y los pesimistas es que no se concentran en lo negativo, perdiendo sus fuerzas en la frustración. Los espíritus positivos reúnen sus fuerzas en superar los obstáculos – no en negarlos - y alcanzar lo que desean. Ser objetivos es precisamente ver sin aumentos ni disminuciones. Ver tal cual las cosas se nos presentan, sin adjetivos.
Con este diálogo interno y fuerza de voluntad, lograremos operar los cambios y pedir la ayuda que sea necesaria.
¿Ha pasado usted por un mal momento? Todos, como usted y yo, hemos vivido experiencias dolorosas. Pésimas, incluso. Y es que el dolor, las frustraciones, la injusticia o la muerte alcanzan a cualquiera, sin distinciones ni barreras que les protejan. Pero eso no sirve de consuelo al que sufre.
Junto al que vive una mala experiencia, siempre encontraremos a uno que tiene más problemas y otro que tiene menos. Pero no todos se deprimen. Algunos se deprimen con más desastres en sus vidas y otros con aparentemente muchos menos. Pero el juicio de cuánto pesa en cada uno el mismo dolor es personal, íntimo. Unos pasan como si nada por una triste relación sentimental. Y se sobreponen y salen adelante. Otros, ante la misma situación, caen en depresiones más o menos profundas, más o menos prolongadas. Y así con la ruina financiera, una enfermedad, la muerte, un trabajo ingrato o incluso por el abandono de los seres queridos.
Pero no todos los que sufren están deprimidos. La depresión ingresa no por el sufrimiento sino por la actitud y hábitos en torno al dolor.
Buscar las claves, cambiar el espejo
Entonces, ¿qué actitudes nos ayudarán a identificar si estamos cruzando el umbral hacia el campo destructivo de la depresión? ¿Cuándo resulta conveniente pedir ayuda, apoyo o guía para salir adelante?
Lo primero es cambiar el “espejo de casa”. A fuerza de gustos, rutinas y rechazos, nuestros espejos internos se vuelven borrosos, deformes, y exagerados respecto a quienes realmente somos y donde en verdad estamos parados. Al modo de los espejos de las casas de parques de diversiones, nosotros y nuestro mundo se deforman y aparecen excesivamente altos, pequeños, anchos o tenebrosos.
Cambiar el espejo es cambiar nuestras miradas aportando las de otros, más objetivos y preparados no tanto para lanzar juicios y opiniones sobre nosotros, sino más bien para cooperar en nuestro proceso de comprensión de nuestra realidad. Las claves están dentro de nosotros pero la luz del sol que nos ayuda viene de afuera. Salir de lo que asumimos día a día nos ayudará a enfocar más objetivamente.
Si una pregunta bien hecha nos entrega la mitad de la respuesta, éste es el momento de preguntas para aclararnos y tomar las herramientas adecuadas. Aprender a valorarnos mejor y trazar un mapa interno con nuestros peligros y tesoros será el paso que daremos.
El diálogo interno: sin introspección no hay cambio
Acostumbrados a una perspectiva superficial, las respuestas preformuladas pueden ayudar a seguir adelante sin aparentes preocupaciones. Sin embargo, pretender echar un manto de polvo sobre los problemas ayuda a no verlos, pero no los elimina.
Es fundamental el proceso de introspección, de desarrollar una auténtica vida interior y crear un diálogo interno que nos hable de nuestros deseos, miedos, fuerzas y esperanzas. No es tan difícil de lograr como parece.
Ejemplos del diálogo
Recreemos un poco este concepto. Una de las trampas mentales más porfiadas es la de dejar que el tiempo remedie los problemas. Internamente nos examinamos y descubrimos la mar de cosas que están a la espera de que el tiempo solucione nuestros problemas.
Tales decisiones que nunca tomamos, aquellos problemas que nunca remediamos, están sentados a la vera del tren de la vida, acumulándose y destruyéndonos poco a poco. Podemos ciegamente esperar a que un pase mágico nos evite el trabajo de enfrentar nuestra vida, pero sin tomar el toro por las astas y acometer contra los problemas, tomando una actitud decidida y constructiva, nunca se aliviarán. La ley del universo es la entropía, tender a la destrucción y al caos. Nada mejora por sí mismo, abandonado a sus propias fuerzas.
Sostener relaciones sentimentales destructivas, empleos corrosivos, problemas irresolutos y toda la variante de “pendientes” que carcomen nuestra vida, son la expresión personal de esta trampa mental. Verla y enfrentarla es el paso que debemos dar a continuación.
Para ello, observaremos el problema y responderemos con franqueza: “No, no es verdad que mañana podré hacer lo que hoy pudiendo hacer algo no resuelvo hacerlo. Mañana será más complicado y sólo busco una excusa para mi cobardía. No deseo pasar otro día más dañándome, entre tensiones y angustias. Ya lo hice ayer así y probablemente seguiré adelante mintiéndome y autodestruyéndome pudiendo tomar medidas y resolver ahora, dejando de sufrir”. No importa como retorzamos la realidad: el espejo muestra la verdad y no hay fuerza ni truco que la cambie.
Es verdad que muchas cosas seguirán mal, pero la actitud fundamental ha cambiado. Los problemas complejos y aparentemente irresolubles pueden ser mirados desde otro prisma. Es verdad que tenemos necesidades materiales, pero destruirnos la salud o romper nuestro corazón ataca aspectos más valiosos que lo que prendemos conservar o lograr.
Quizás delegamos la toma de decisiones por temor a responsabilizarnos de nuestros actos. Quizás arrastramos con nosotros malos hábitos y hasta adicciones que no queremos reconocer o enfrentar. Y preferimos el daño a las turbulencias dolorosas – pero pasajeras – del cambio.
Aprender a valorar
La introspección nos ayuda a querernos mejor a nosotros mismos. Y en la medida que nos cuidamos, mejoramos nuestra calidad de vida y la de los demás. Mientras menos cuidamos de nosotros, más tiempo viviremos en la sombra del dolor y de la angustia. Más tiempo pasaremos sufriendo.
Finalmente, desechemos todas esas suposiciones que nos atormentan. Lo que opinan los demás, los sentimientos de los otros, los supuestos en el futuro… ¿cuántas veces no terminan cumpliéndose simple y sencillamente porque nosotros mismos generamos esa reacción?
Seamos honestos: perdemos más tiempo y energía sufriendo y evitando lo que ocurre en nuestra imaginación que poniendo el esfuerzo en vivir con plenitud nuestras vidas. ¿Quién no se sorprendió intentando aclarar un punto que nos atormentó por mucho tiempo y que el otro ya había olvidado o que ni siquiera notó?
Es posible que por un capricho del azar entre quienes le rodean “todos sean malos”. Pero es poco probable. Vivir con desconfianza, colgando nuestras vidas del la opinión de los demás, es entregar en sus manos nuestra libertad y felicidad. Somos marionetas, no seres libres.
Entre temer y vivir temiendo hay un abismo incalculable. Todos tenemos temores. Temor a lo desconocido, temores justificados, temores injustificados y hasta temores ridículos. Pero el temor nunca es obstáculo para el que realmente desea la felicidad. Por el contrario, los éxitos se construyen sobre las soluciones que encontramos para enfrentar y superar esos temores. Tales remedios constituyeron, en todos los casos, el cimiento firme por el que los temerosos caminaron con pie firme a su bienestar.
Actores tímidos, militares cobardes, artistas inseguros, amantes en desventaja, políticos con temor al público… A veces por ignorancia desconocemos los calvarios que pasaron nuestros héroes favoritos y que hoy admiramos precisamente por aquellos que en su momento les hicieron sufrir tanto y que hoy son su fama y sus triunfos.
Ninguno de ellos esperó en la puerta de su casa a que el éxito les trajera sus sueños hechos realidad. Ellos fueron en busca de sus sueños. No tragaron ilusiones porque no esperaron a que las cosas se arreglasen por sí solas. Su actitud fue cooperadora con la vida.
Los únicos que recibieron lo que esperaban, sin hacer nada, fueron los que esperaron calamidades. Aquel que temía expresar su amor verá como el ser amado se va con otro, como el que teme la pobreza la sufrirá si espera que las riquezas vengan solas o como quienes temen enfermedades continuamente, que con probabilidad algo sufrirán, siquiera una crisis de nerviosa por autosugestión.
Ver con claridad y ponerse a trabajar
Nadie niega que sus problemas sean reales o incluso monumentales, insalvables. Lo que sí debemos decirnos intensamente es que si no queremos deprimirnos, debemos procurar superar nuestra actitud, por mucho que no cambiemos el problema. Nadie pide que se niegue el problema, sólo se recomienda la autocrítica a lo que hacemos por salir adelante.
Los grandes pesimistas no atrapan más que problemas. Son expertos en encontrar el pelo en la leche, el negro en el blanco. No por eso son más inteligentes. De hecho, suelen ser menos listos, más tontos si se quiere, porque en lugar de utilizar sus talentos para prevenir riesgos, se quedan encandilados en los puntos negros, adorándose a sí mismos por su acierto al descubrirlos y trabando todo avance.
Los grandes optimistas no niegan los problemas. Aún podríamos decir que superan a muchos en la visión de las complicaciones posibles. La diferencia entre ellos y los pesimistas es que no se concentran en lo negativo, perdiendo sus fuerzas en la frustración. Los espíritus positivos reúnen sus fuerzas en superar los obstáculos – no en negarlos - y alcanzar lo que desean. Ser objetivos es precisamente ver sin aumentos ni disminuciones. Ver tal cual las cosas se nos presentan, sin adjetivos.
Con este diálogo interno y fuerza de voluntad, lograremos operar los cambios y pedir la ayuda que sea necesaria.
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