miércoles, 8 de octubre de 2008

Timidez y soledad

Timidez y soledad


Por: Andrés Silva
Psicoterapeuta

Más o menos veces, con mayor o menor dolor, todos vivimos momentos de timidez y soledad en la vida. La diferencia es: cuánto se repiten, con qué intensidad y qué capacidad tenemos disponible para salir de esos “agujeros negros” en que eventualmente caemos.

Lo primero que hay que comprender es que es normal sufrir timidez o inseguridad en determinadas situaciones donde nos sentimos en una situación de inferioridad o desconocimiento de cómo actuar. Del mismo modo, es comprensible el deseo de aislarse después de un trauma, como la muerte de un ser querido o la ruptura de una relación.

Ahora bien, cuando estos estados - comprensibles - comienzan a aparecer con frecuencia, el asunto puede convertirse en un problema serio, dañando la vida emocional, social y afectiva de la persona.

¿Quiere librarse de estas pesadillas?

Deje atrás la soledad

Aislarse del mundo para encerrarse en casa o en el trabajo y así matar el tiempo libre es dañino para cualquiera. Hay quienes ante el mismo dolor prefieren asumir lo pasado como aprendizaje e intentan seguir adelante, sin negarse el dolor pero no teniendo el sufrimiento como lo único existente. Otras personas buscan compañía de la cual recibir apoyo y contención. Otros son felices con su propia compañía y aprovechan de meditar y buscar salidas efectivas del problema y ponen toda su fuerza en cumplir su deseo. Otras... se quedan solas “porque no tienen opción”.

Cuando comenzamos a observar la vida que transcurre a nuestro lado, comprendemos que muchísimas situaciones traumáticas no producen ese aislamiento. Pero sin duda son tan fuertes que “casi” justifican querer enterrar la cabeza bajo tierra, como un avestruz. Hay situaciones deprimentes como un duelo, una ruptura, la pérdida de un amigo, cambiar de empleo, ciudad o país que explican perfectamente nuestra necesidad o deseo de aislarnos.

Pero si la actitud es positiva, no nos estancaremos en esa situación, proyectándonos solos e infelices para siempre. Por el contrario, haremos uso de esa soledad para revisar nuestra vida y tomar nuevas fuerzas. Será nuestro momento de conocernos a nosotros mismos. Aislarnos por un tiempo puede ser una gran experiencia, por ejemplo, para probar y conocer cosas que deseamos sin rendir cuentas a los cercanos. Son los momentos de la verdad y la oportunidad de rehacer nuestra vida, dejando atrás lo insatisfactorio y rehaciendo lo bueno para que nada de lo que extrañamos nos falte.

Ahora bien, ¿qué hacer cuando la soledad comienza a incomodarnos? La respuesta es natural y sencilla: comenzar a abrirnos al mundo partiendo desde lo más cercano. Conocer vecinos, compañeros de trabajo o estudio, hablar con las personas que trabajan cerca de nuestro domicilio, etc. Desde allí comenzar a abrirnos a los nuevos círculos. ¿Por qué partir desde lo cercano? Porque son instancias de contacto más frecuente. De nada aprovecha conocer extraños si no les volveremos a ver. Eso sólo aumentaría nuestra frustración. Pero si a cambio, quienes conocemos nos presentan a sus conocidos, en poco tiempo nuestra red de contactos irá aumentando a través de personas confiables.

La experiencia nos dice que muchas de esas personas están igualmente interesadas en conocer a otros e incluso hasta puede causarles curiosidad nuestra historia personal. Y poco a poco iremos conociendo gente con nuestras mismas afinidades e intereses. El mismo principio hace recomendable comenzar a frecuentar grupos de aficionados a nuestros intereses (clubes, círculos de estudio, asociaciones, grupos, etc.) donde desde ya comenzaremos con un buen tema en común.

Lo importante es empezar a establecer relaciones e ir conquistando poco a poco esa vida social que deseamos construir. También podemos intentar contactar antiguas amistades que perdimos en el tiempo por falta de comunicación.

Finalmente, el punto sobre el que se basa nuestro cambio es la actitud. Nadie desea estar con alguien de mal espíritu y mala voluntad, que todo el tiempo se queja y acentúa sólo lo malo (*). Todos evitamos permanecer junto a personas que nos contaminarán con su aire enrarecido a queja. La buena voluntad nace espontáneamente cuando vemos sufrir a una persona de buena voluntad.

Si aprovechamos este aislamiento para mejorar en todos los aspectos, quienes comiencen a conocernos quedarán gratamente sorprendidos desde el primer momento y el fin de la soledad habrá comenzado.

Acabe con la timidez

Una persona tímida no es quien se horroriza de entrar en contacto con los demás hasta paralizársele el corazón. Eso es sólo un caso extremo. Una persona tímida es más bien aquella que siente ansiedad y disgusto al relacionarse con otras a las que siente superiores o desconocidas por algún motivo. Una persona poderosa o muy atractiva, el grupo de amigos que puede “darse cuenta” de algo que uno trata de ocultar o situaciones con desconocidos en que no sabe qué hacer. Todas son situaciones donde el tímido preferiría huir. Y de hecho, las evita.

El adolescente que evita salir con amigos para refugiarse en su casa, la mujer que transpira sudor frío en grupos de extraños o el profesional que limita sus contactos a lo estricta – y forzosamente – necesario o profesional, son ejemplos de tímidos frecuentes.

Entonces, ¿qué hacer con la timidez?

Atienda sus límites. Forme una lista de situaciones y personas que le desagradan por su timidez. Ahora, con firmeza pero sin prisa, enfrente uno a uno sus temores hasta vencerlos. Con el tiempo y sus conquistas, adquirirá el valor para liberarse del problema.

Dé paseos. Una recomendación que siempre doy a mis pacientes es comenzar a dar paseos frecuentes. Además de mejorar el estado físico y favorecer la oxigenación cerebral, un paseo permite acercarnos a los demás, conocer personas, compartir momentos y aumentar los límites imaginarios de nuestro “hogar”

Use la lógica inversa. Si todos esperan conocer personas abiertas y extrovertidas, una persona misteriosa y reservada resulta hasta atractiva e interesante. Si teme acercarse y tomar la iniciativa, dirija miradas y señales de interés hasta que la otra persona – sin tantos problemas de relacionamiento – se acerque y hable. Ya entrando en contacto, la relación se hace más fluida si evitamos quedarnos mudos e inmóviles después de lo que provocamos.

Entrénese. Aproveche las relaciones que hasta ahora funcionan mejor para intentar provocar estados de humor positivos, como un experimento. Aprenda a reír y a hacer reír. Acostúmbrese a dirigir elogios a los demás y dé las gracias a los desconocidos cuando le presten un servicio. Luego puede intentar provocar los mismos estados emocionales positivos cuando esté en presencia de desconocidos, en situaciones de confianza como una fiesta, un espectáculo deportivo, una reunión social o familiar, etc.

Pida ayuda. Lo mejor que se puede hacer en estos casos es recurrir a profesionales. ¿Quién mejor que un especialista para ayudarnos a salir del agujero en que estamos metidos? Una mano externa, que no nos juzga y desea enseñarnos a actuar como deseamos y nos “limpia” la vida de los traumas que nos limitan, es lo indicado cuando “no podemos” por nosotros mismos. En lo posible, procure un especialista en desarrollo personal más que un analista. Para estos casos, lo más recomendable es el aprendizaje y la superación, alguien que le guíe en el proceso. Piénselo: ¿qué mejor paso podemos dar que salir del sufrimiento?

-------------------
(*) Acentuar lo malo: A diferencia de la caricatura que pone a una persona viendo “sólo” lo malo, el error más dañino es “acentuar” sólo lo malo, porque no negamos lo bueno, sino que comenzamos por “no niego que exista todo eso bueno pero…” y así empieza una larga lista de quejas y protestas por lo que nos ha tocado vivir. Se trata de un truco mental sumamente tóxico, porque aparenta ser objetivo al considerar “las dos caras de la moneda”, si bien no es más que de un engaño que nos mantiene constantemente en la visión negativa de las cosas.

No hay comentarios: