Contra los calambres
Un calambre es una contracción breve e involuntaria de un músculo, que se vuelve entonces rígido y produce dolor. Todos los hemos padecido alguna vez. Resultan muy molestos, pero, como duran poco, no solemos darles importancia. Sin embargo, los calambres significan un aviso que el organismo envía cuando algo no funciona como debiera.
Hay tres causas habituales que los provocan: la fatiga muscular, la carencia de minerales y vitaminas, y la mala postura. Conozca mejor el origen y cura de cada una.
En caso de fatiga muscular
Son típicos, por ejemplo, los calambres por agotamiento tras algún ejercicio físico o los calambres nocturnos. Todos ellos tienen su razón de ser.
Cuando sometemos un músculo a un esfuerzo demasiado intenso o prolongado durante mucho tiempo, la renovación del oxígeno en la musculatura a veces resulta insuficiente.
Este tipo de calambre se da con frecuencia entre los deportistas que comienzan. Mientras no se produce une esfuerzo físico, las arterias transportan a los músculos la cantidad de sangre y oxígeno requerido para funcionar con normalidad. Pero durante un entrenamiento los músculos solicitan un incremento del caudal sanguíneo para obtener mayor proporción de oxígeno y cuando las arterias no se dilatan con la suficiente rapidez se origina un espasmo. Lo miso ocurre cuando o sabemos adaptar nuestra respiración al ritmo del ejercicio físico. En ambos casos el músculo acusa la deficiencia de oxígeno y pierde su capacidad de relajación. La masa muscular se vuelve dura y sensible, y se da un calambre.
Cuando los calambres aparecen después de ejercitarse durante largo tiempo interviene casi siempre un proceso de deshidratación. Durante el ejercicio físico - sobre todo en época de calor - perdemos ciertas cantidades de líquido. El volumen sanguíneo se reduce y tal vez sea insuficiente para llevar el oxígeno exigido a todos los músculos que están trabajando. Los más solicitados en ese momento sufrirán el calambre.
La única solución reside precisamente en prevenirlos. Pueden evitarse tomando un vaso de agua antes de comenzar el entrenamiento y volviendo a beber al menos cada quince minutos durante el esfuerzo físico.
Son también características las punzadas en el costado o en la parte superior del estómago, generalmente durante una carrera o caminata rápida. Se trata en realidad de un calambre del diafragma, el músculo que separa la cavidad torácica de la cavidad abdominal y controla la respiración. Cuando corremos, levantamos las rodillas y contraemos los músculos del vientre, se empuja el diafragma hacia arriba. Pero si en ese momento estamos respirando pesadamente expandimos los pulmones, que a su vez ejercen presión sobre el diafragma, moviéndolo hacia abajo. Estas dos presiones contrapuestas exprimen el diafragma impidiendo su normal riego sanguíneo. El músculo entonces, ante la falta de oxígeno, queda agarrotado, dando lugar al calambre.
El mejor remedio consiste en detenerse y hundir los dedos en el lado derecho del tronco, justo debajo de las costillas, para estirar el diafragma a mano. Al mismo tiempo hay que juntar los labios y soplar fuertemente hacia afuera. Esto basta normalmente para relajar la doble presión a que estaba sometido el músculo y el calambre desaparece.
En caso de carencias
A veces se producen calambres durante el ejercicio en deportistas bien entrenados y que no trabajan nunca hasta llegar al agotamiento, y en personas que no están ejercitándose cuando los sufren. Se debe entonces a un desequilibrio de sales minerales, generalmente en exceso o defecto - con mayor frecuencia - de calcio, sodio o potasio. El problema reside en que unos niveles inadecuados de minerales en el organismo permiten habitualmente la concentración de los músculos sin mayor dificultad, pero, en cambio, impiden su relajación.
Cuando se contrae un músculo, éste descarga potasio en los tejidos circundantes que actúan dilatando las arterias en las cercanías del músculo. Si falta potasio, las arterias no son capaces de llevar a las células el oxígeno suficiente. Además el potasio, junto con otros minerales, influye en la capacidad de resistencia muscular al esfuerzo físico y se considera fundamental para que los músculos asimilen los azúcares, que constituyen su mayor fuente de energía. El calcio y el magnesio realizan labores complementarias para el buen estado de los músculos y el esqueleto. La deficiencia en el calcio hace a las personas más proclives a calambres frecuentes, a dolores y a fracturas óseas.
Minerales importantes
Hay que tener en cuenta que los niveles normales de estos minerales en ocasiones se ven afectados por las variaciones hormonales y en determinadas etapas de la vida, como el crecimiento o la vejez. Durante los embarazos, por ejemplo, hay tendencia a los calambres precisamente por falta de calcio y magnesio.
El sodio se elimina en grandes cantidades a lo largo del esfuerzo físico a través del sudor. Pese a ello, la dieta occidental moderna es tan rica en este mineral que no suelen originarse carencias tan grandes que ocasionen calambres. De todas formas es preciso tenerlo en cuenta si se sigue algún régimen especial pobre en sodio (por ejemplo, los indicados en el tratamiento de la hipertensión) y en los entrenamientos en épocas de mucho calor, en los cuales se transpira más de lo habitual.
La mejor fórmula para prevenir una deficiencia de sales minerales en el organismo reside en seguir una alimentación equilibrada, en lugar de atiborrarse después de complejos minerales en pastillas. El potasio se encuentra en cantidad suficiente en las verduras y las frutas frescas. El calcio, en la leche y productos lácteos, los frutos secos, las zanahorias, repollos, espinadas, cebollas, patatas... El magnesio, que favorece además el equilibrio de calcio y es fundamental en la contracción normal de los músculos, aparece también en la leche y sus derivados y en los frutos secos y además en las acelgas, lechugas, espinacas, cereales integrales y algunas frutas como los plátanos o las frambuesas.
En los casos de fatiga muscular, en que los calambres se dan con frecuencia, una dieta rica en determinadas vitaminas y la aportación de los minerales mencionados logran una rápida recuperación. Las vitaminas mejores para lograr un buen estado de los músculos son:
Vitamina B2, que se encuentra sobre todo en las almendras, los higaditos y entrañas en general, los extractos de carne, el germen de trigo y la levadura de cerveza.
Vitamina C, en la naranja y el limón, perejil, pimientos, repollo, brécol, berros y el kiwi.
Vitamina D, principalmente en la leche y quesos grasos, el aceite de hígado de bacalao, los pescados (frescos y en conserva).
Vitamina PP (o B3) en alcachofas y espinacas, el hígado de ternera y los concentrados de carne.
Todos nos hemos despertado alguna noche súbitamente doloridos por un calambre. La mayor parte de las veces se localizan en la pantorrilla o en el arco del pie. Los músculos se notan endurecidos (es típica la sensación de tener una bola en la pantorrilla) y el dolor surge muy intenso y localizado.
En caso de mala postura
Aunque por su simpleza parezca mentira, la explicación estriba casi siempre en una mala postura mantenida durante largo tiempo. Estos calambres nocturnos parecen darse con mayor frecuencia durante el invierno. La razón es que a menudo se acumulan mantas y colchas pesadas para evitar el frío, que ayudan a empujar hacia abajo los pies y los aplastan. Lo mismo sucede cuando dormimos boca abajo manteniendo los pies estirados. El ideal para evitar los calambres durmiendo en esta posición consiste en sacar los pies fuera de la cama, dejar que sobresalgan del colchón para que no estén nunca rígidos.
También las mujeres que usan permanentemente tacones muy altos son proclives a estos dolores nocturnos porque están andando siempre de puntillas; es decir, con los músculos de las pantorrillas en continua contracción.
La solución más rápida para detener estos calambres nocturnos radica en estirar inmediatamente los músculos contraídos, por ejemplo, poniéndose de pie y haciendo fuerza contra el suelo con la planta totalmente apoyada. Cuando forzamos los músculos a estirarse, los nervios que controlan las sensaciones musculares cambian la orden o impulso de contracción por otro de relajación y, generalmente, el calambre desaparece en pocos segundos. También sirven de gran ayuda las fricciones o masajes con aceite alcanforado, seguidas de un baño caliente que relajará toda la musculatura.
Los remedios de urgencia
Aplicar hielo a un músculo que ha sufrido un calambre alivia la hinchazón y el agarrotamiento de la zona. Y también las compresas frías empapadas en agua y vinagre a partes iguales.
Los baños de los pies fríos durante no más de dos minutos favorecen la rápida irrigación sanguínea de los pies y pantorrillas y son muy efectivos en los calambres nocturnos. Si no nos gusta la sensación de frío, podemos probar con cataplasmas calientes de flores de heno o manzanilla. Deben aplicarse durante poco tiempo; la impresión de alivio es muy rápida.
Es importante saber que cuando un músculo se resiente después de un calambre hay que tratarlo como un músculo dañado, sin restarle importancia. Un calambre fuerte puede provocar un desgarro de los tejidos musculares. Por tanto, si el dolor persiste mucho tiempo y también la sensación de fatiga y agarrotamiento, se precisará dejarlo descansar y no forzarlo de nuevo al ejercicio.
En síntesis
Estas normas básicas, extractadas o derivadas de todo lo dicho anteriormente, le ayudarán a evitar la aparición de nuevos calambres:
Hacer ejercicio físico. Los sedentarios son propensos a los calambres por falta de elasticidad de sus músculos.
Entrenarse siempre de forma progresiva y gradual.
No ejercitarse nunca hasta el agotamiento.
Aprender a respirar durante el esfuerzo físico.
Realizar ejercicios de estiramiento y flexibilidad como calentamiento y enfriamiento antes y después de un entrenamiento deportivo.
No realizar movimientos bruscos.
Para dormir adoptar posturas que no impliquen contracciones musculares. Evitar un exceso de peso sobre las piernas.
Mantener una dieta equilibrada en sales minerales y vitaminas.
Un calambre es una contracción breve e involuntaria de un músculo, que se vuelve entonces rígido y produce dolor. Todos los hemos padecido alguna vez. Resultan muy molestos, pero, como duran poco, no solemos darles importancia. Sin embargo, los calambres significan un aviso que el organismo envía cuando algo no funciona como debiera.
Hay tres causas habituales que los provocan: la fatiga muscular, la carencia de minerales y vitaminas, y la mala postura. Conozca mejor el origen y cura de cada una.
En caso de fatiga muscular
Son típicos, por ejemplo, los calambres por agotamiento tras algún ejercicio físico o los calambres nocturnos. Todos ellos tienen su razón de ser.
Cuando sometemos un músculo a un esfuerzo demasiado intenso o prolongado durante mucho tiempo, la renovación del oxígeno en la musculatura a veces resulta insuficiente.
Este tipo de calambre se da con frecuencia entre los deportistas que comienzan. Mientras no se produce une esfuerzo físico, las arterias transportan a los músculos la cantidad de sangre y oxígeno requerido para funcionar con normalidad. Pero durante un entrenamiento los músculos solicitan un incremento del caudal sanguíneo para obtener mayor proporción de oxígeno y cuando las arterias no se dilatan con la suficiente rapidez se origina un espasmo. Lo miso ocurre cuando o sabemos adaptar nuestra respiración al ritmo del ejercicio físico. En ambos casos el músculo acusa la deficiencia de oxígeno y pierde su capacidad de relajación. La masa muscular se vuelve dura y sensible, y se da un calambre.
Cuando los calambres aparecen después de ejercitarse durante largo tiempo interviene casi siempre un proceso de deshidratación. Durante el ejercicio físico - sobre todo en época de calor - perdemos ciertas cantidades de líquido. El volumen sanguíneo se reduce y tal vez sea insuficiente para llevar el oxígeno exigido a todos los músculos que están trabajando. Los más solicitados en ese momento sufrirán el calambre.
La única solución reside precisamente en prevenirlos. Pueden evitarse tomando un vaso de agua antes de comenzar el entrenamiento y volviendo a beber al menos cada quince minutos durante el esfuerzo físico.
Son también características las punzadas en el costado o en la parte superior del estómago, generalmente durante una carrera o caminata rápida. Se trata en realidad de un calambre del diafragma, el músculo que separa la cavidad torácica de la cavidad abdominal y controla la respiración. Cuando corremos, levantamos las rodillas y contraemos los músculos del vientre, se empuja el diafragma hacia arriba. Pero si en ese momento estamos respirando pesadamente expandimos los pulmones, que a su vez ejercen presión sobre el diafragma, moviéndolo hacia abajo. Estas dos presiones contrapuestas exprimen el diafragma impidiendo su normal riego sanguíneo. El músculo entonces, ante la falta de oxígeno, queda agarrotado, dando lugar al calambre.
El mejor remedio consiste en detenerse y hundir los dedos en el lado derecho del tronco, justo debajo de las costillas, para estirar el diafragma a mano. Al mismo tiempo hay que juntar los labios y soplar fuertemente hacia afuera. Esto basta normalmente para relajar la doble presión a que estaba sometido el músculo y el calambre desaparece.
En caso de carencias
A veces se producen calambres durante el ejercicio en deportistas bien entrenados y que no trabajan nunca hasta llegar al agotamiento, y en personas que no están ejercitándose cuando los sufren. Se debe entonces a un desequilibrio de sales minerales, generalmente en exceso o defecto - con mayor frecuencia - de calcio, sodio o potasio. El problema reside en que unos niveles inadecuados de minerales en el organismo permiten habitualmente la concentración de los músculos sin mayor dificultad, pero, en cambio, impiden su relajación.
Cuando se contrae un músculo, éste descarga potasio en los tejidos circundantes que actúan dilatando las arterias en las cercanías del músculo. Si falta potasio, las arterias no son capaces de llevar a las células el oxígeno suficiente. Además el potasio, junto con otros minerales, influye en la capacidad de resistencia muscular al esfuerzo físico y se considera fundamental para que los músculos asimilen los azúcares, que constituyen su mayor fuente de energía. El calcio y el magnesio realizan labores complementarias para el buen estado de los músculos y el esqueleto. La deficiencia en el calcio hace a las personas más proclives a calambres frecuentes, a dolores y a fracturas óseas.
Minerales importantes
Hay que tener en cuenta que los niveles normales de estos minerales en ocasiones se ven afectados por las variaciones hormonales y en determinadas etapas de la vida, como el crecimiento o la vejez. Durante los embarazos, por ejemplo, hay tendencia a los calambres precisamente por falta de calcio y magnesio.
El sodio se elimina en grandes cantidades a lo largo del esfuerzo físico a través del sudor. Pese a ello, la dieta occidental moderna es tan rica en este mineral que no suelen originarse carencias tan grandes que ocasionen calambres. De todas formas es preciso tenerlo en cuenta si se sigue algún régimen especial pobre en sodio (por ejemplo, los indicados en el tratamiento de la hipertensión) y en los entrenamientos en épocas de mucho calor, en los cuales se transpira más de lo habitual.
La mejor fórmula para prevenir una deficiencia de sales minerales en el organismo reside en seguir una alimentación equilibrada, en lugar de atiborrarse después de complejos minerales en pastillas. El potasio se encuentra en cantidad suficiente en las verduras y las frutas frescas. El calcio, en la leche y productos lácteos, los frutos secos, las zanahorias, repollos, espinadas, cebollas, patatas... El magnesio, que favorece además el equilibrio de calcio y es fundamental en la contracción normal de los músculos, aparece también en la leche y sus derivados y en los frutos secos y además en las acelgas, lechugas, espinacas, cereales integrales y algunas frutas como los plátanos o las frambuesas.
En los casos de fatiga muscular, en que los calambres se dan con frecuencia, una dieta rica en determinadas vitaminas y la aportación de los minerales mencionados logran una rápida recuperación. Las vitaminas mejores para lograr un buen estado de los músculos son:
Vitamina B2, que se encuentra sobre todo en las almendras, los higaditos y entrañas en general, los extractos de carne, el germen de trigo y la levadura de cerveza.
Vitamina C, en la naranja y el limón, perejil, pimientos, repollo, brécol, berros y el kiwi.
Vitamina D, principalmente en la leche y quesos grasos, el aceite de hígado de bacalao, los pescados (frescos y en conserva).
Vitamina PP (o B3) en alcachofas y espinacas, el hígado de ternera y los concentrados de carne.
Todos nos hemos despertado alguna noche súbitamente doloridos por un calambre. La mayor parte de las veces se localizan en la pantorrilla o en el arco del pie. Los músculos se notan endurecidos (es típica la sensación de tener una bola en la pantorrilla) y el dolor surge muy intenso y localizado.
En caso de mala postura
Aunque por su simpleza parezca mentira, la explicación estriba casi siempre en una mala postura mantenida durante largo tiempo. Estos calambres nocturnos parecen darse con mayor frecuencia durante el invierno. La razón es que a menudo se acumulan mantas y colchas pesadas para evitar el frío, que ayudan a empujar hacia abajo los pies y los aplastan. Lo mismo sucede cuando dormimos boca abajo manteniendo los pies estirados. El ideal para evitar los calambres durmiendo en esta posición consiste en sacar los pies fuera de la cama, dejar que sobresalgan del colchón para que no estén nunca rígidos.
También las mujeres que usan permanentemente tacones muy altos son proclives a estos dolores nocturnos porque están andando siempre de puntillas; es decir, con los músculos de las pantorrillas en continua contracción.
La solución más rápida para detener estos calambres nocturnos radica en estirar inmediatamente los músculos contraídos, por ejemplo, poniéndose de pie y haciendo fuerza contra el suelo con la planta totalmente apoyada. Cuando forzamos los músculos a estirarse, los nervios que controlan las sensaciones musculares cambian la orden o impulso de contracción por otro de relajación y, generalmente, el calambre desaparece en pocos segundos. También sirven de gran ayuda las fricciones o masajes con aceite alcanforado, seguidas de un baño caliente que relajará toda la musculatura.
Los remedios de urgencia
Aplicar hielo a un músculo que ha sufrido un calambre alivia la hinchazón y el agarrotamiento de la zona. Y también las compresas frías empapadas en agua y vinagre a partes iguales.
Los baños de los pies fríos durante no más de dos minutos favorecen la rápida irrigación sanguínea de los pies y pantorrillas y son muy efectivos en los calambres nocturnos. Si no nos gusta la sensación de frío, podemos probar con cataplasmas calientes de flores de heno o manzanilla. Deben aplicarse durante poco tiempo; la impresión de alivio es muy rápida.
Es importante saber que cuando un músculo se resiente después de un calambre hay que tratarlo como un músculo dañado, sin restarle importancia. Un calambre fuerte puede provocar un desgarro de los tejidos musculares. Por tanto, si el dolor persiste mucho tiempo y también la sensación de fatiga y agarrotamiento, se precisará dejarlo descansar y no forzarlo de nuevo al ejercicio.
En síntesis
Estas normas básicas, extractadas o derivadas de todo lo dicho anteriormente, le ayudarán a evitar la aparición de nuevos calambres:
Hacer ejercicio físico. Los sedentarios son propensos a los calambres por falta de elasticidad de sus músculos.
Entrenarse siempre de forma progresiva y gradual.
No ejercitarse nunca hasta el agotamiento.
Aprender a respirar durante el esfuerzo físico.
Realizar ejercicios de estiramiento y flexibilidad como calentamiento y enfriamiento antes y después de un entrenamiento deportivo.
No realizar movimientos bruscos.
Para dormir adoptar posturas que no impliquen contracciones musculares. Evitar un exceso de peso sobre las piernas.
Mantener una dieta equilibrada en sales minerales y vitaminas.
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